París XVIII o de “Cómo ser feliz en París otra vez”



Después de la emoción inicial por estar en esta ciudad y hacer tanto turismo que acabé harto, todo parecía ir cuesta abajo y las tardes se llenaban de hastío. París estaba dejando de ser una fiesta y empezaba a parecerse más a una resaca. Hasta este punto todo estaba llenándose de una normalidad abrumadora pero el Jueves todo empezó a estar distinto. Por la mañana estuvimos en la universidad. Fui sólo con Lorena porque Juliana e Inga fueron antes a sus clases. Nosotros también teníamos que ir a las nuestras pero parece que estamos haciendo que nuestro horario sea demasiado laxo. Total nadie parece decir nada al respecto.

Primero hicimos más papeleo con la pequeña y adorable Madamme Bordet y cuando íbamos a hablar con Alain Castañeda, el coordinador que nos hace los horarios, nos encontramos a las alemanas. Ya se iban a nuestro “maravilloso” curso de francés, 1 hora y 45 minutos antes de que empezara debido a enorme recorrido que hacemos hasta llegar, y dijeron que nos fuéramos con ellas porque no nos iba a dar tiempo a pesar de no haber podido hablar con Alain para solucionar cosas de nuestro horario que siguen sin estar en orden. Lorena se quedó a hablar con él y yo me marche a Genevilliers con ellas.

El curso de francés fue el mejor de todos los días, aunque es cierto también que para mí era el tercer día que iba porque se hace muy pesado ir y sobre todo estar. La profesora nos dio más diálogo y yo llevaba dos días sintiendo que mi francés estaba siendo otro. No sé si es cosa mía pero hay días que te levantas casi bilingüe y quizá al día siguiente no seas capaz de articular una sola palabra, pero yo estaba aprovechando mis días bueno. Lorena llegó hora y media tarde, nada raro en ella, pero no fue demasiado grave. A la vuelta a la residencia veníamos planeando lo que íbamos a hacer por la noche, porque Juliana siempre quiere hacer planes, lo cual es normal teniendo en cuenta que vive en el centro. Tras fallar el plan de la noche anterior de ir a ver una peli a la habitación de Rami (el franco-libanés) decidimos intentarlo de nuevo y hacer un plan relax en la residencia. Primero pasamos por el Auchan para comprar cerveza, vino y derivados para pasar la noche, aunque yo tenía una botella entera de Martini (sólo le faltaba un vaso que había tomado la noche anterior).

Después de cenar nos fuimos para allá y nos juntamos Rami, Lorena, Inga, Juliana, Emmi (la finlandesa), Andrea (checa), Nico (francés) y yo. El Martini se abrió y fui bebiendo una tras otra múltiples copas de las de champagne que robé en la noche Vogue, hasta que mi vista se movía a velocidades que no eran normales. Probé la cerveza con sirope de frambuesa (que maravilla!) y comí todo lo que había para picar. Dos horas después lo único que quedaba del Martini era la botella vacía, y eso que nadie más bebió de ella. Yo estaba borracho como una cuba, hablando el mejor francés que le hayas podido escuchar a nadie, tanto que Edith Piaf no era nadie a mi lado. Lo comprendía todo, y me expresaba estupendamente, así que creo que es lo que voy a desayunar cada mañana para enterarme de algo en la universidad.

La noche fue realmente genial, estuvimos riendo, cantando y sobre todo bebiendo. Desde que París ha descubierto el botellón nos llevamos mejor por las noches. Acabé en mi habitación borracho, hablando con mi prima Alma por internet mientras se me pasaba todo el subidón. Y al día siguiente...

Noche de desenfreno, mañana de ibuprofeno. Y literal, porque fue lo que tuve que tomar acompañando el desayuno mientras me preparaba para sal. Quedamos a las 12 para ir a Versalles, que tenía ganas de conocerlo más que nada por la insistencia de mi madre que siempre ha querido visitarlo. Inga, Lorena y yo nos fuimos a pasar todo el día juntos allí, visitando el palacio y los jardines después de una hora en cercanías como ya es habitual. Nada más llegar allí paramos a comer algo porque entre pitos y flautas nos dieron las dos, y el Mc Donalds estaba demasiado cerca de la estación como para negarse a ello. Después llegamos al palacio, y visitamos una tras una las estancias del edificio. Una colección de cuadros sobre la familia real y de cuatro cosas más era lo único que decoraba las habitaciones de la primera planta, y más arriba, junto con algunos cuadros más estaba una exposición de esculturas manga y cosas así repartidas por todos lados que chirriaban con la estética del palacio.

 A pesar de que la visita interior no era muy diferente a la de cualquier palacio que se pueda visitar en España, he de decir que los jardines del palacio son dignos de reconocimiento. En primer lugar el tamaño de tales jardines es enorme, es probable que se pudiera poner mi pueblo entero con casas incluidas dentro del jardín y que sobrara espacio. Un largo camino de fuentes, estanques, bosques y paseos hacía del jardín un paraje único. Además la reciente llegada del otoño daba un ligerísimo toque naranja en algunos puntos que lo hacían mucho más romántico.

Pero lo mejor no fue el museo y ni los jardines, fue la compañía. A pesar de que me meto mucho con Lorena, ese día estuvo magnánima. Cuando preguntó que quién era el Rey de Francia ahora, cuando preguntó que qué eran esas cosas que brillaban tanto en las lámparas (pensó que era ámbar cuando simplemente eran bombillas) y cuando confundió el cielo con una pared gris y comentó lo nublado que estaba el día yo creía que podría morir de risa ese mismo día. Haber ido con las dos fue una combinación genial que se volvería a repetir el sábado.

Para ese día laneamos una ruta por pequeños museos curiosos de París. En primer lugar cambiamos a Lorena por Rami y fuimos al Museo del Perfume de Fragonard. Está justo enfrente de Ópera y se compone de apenas cuatro habitaciones con instrumentos de fabricación y conservación de los aromas.  Una sala con botes llenos de olor que tenías que identificar con una serie de fotos: canela, regaliz, fresa, menta, pero sin duda el que mejor olía era el de rosas, que no entiendo por qué me recordaba mucho a casa. Tras el corto museo había una tienda prácticamente tan grande como el museo, llena de perfumes y de vendedoras que intentaban colarnos las fragancias. He salido de allí con los brazos llenos de crema, las manos empapadas de aceite corporal y la muñeca derecha oliendo a perfume Fragonard, que no es ni bueno ni malo.

Rami se ha ido con su hermano así que me he ido a Montmartre, otro de mis sitios preferidos, a comer con Inga. El sol pegaba de lleno y era totalmente español y desde un banco nos comíamos nuestros bocatas y veíamos a la gente pasar. Algunos técnicos instalaban fuegos artificiales para la noche, espectáculo que más tarde fuimos a ver. Después de comer nos hemos dado un paseo por la zona viendo algunas tiendas realmente encantadoras. Caminando y caminando hemos llegado a la parada de metro donde habíamos quedado con Lorena, y mientras llegaba hemos ido al muro de los te quiero. Es una pared llena de azulejos azules en los que han escrito la expresión “te quiero” en todos los idiomas del mundo, y puedes ver cómo los turistas llegan allí para buscar el suyo y fotografiarse con él. Ese pequeño lugar es encantador, tan escondido que cuesta llegar, es casi como un secreto.

Cuando Lorena ha llegado nos hemos ido a ver el Museo de la Vida Romántica. Lejos de lo que pueda parecer no es nada sobre amor, sino sobre la época del Romanticismo. Al igual que el museo del perfume ha sido muy poca cosa, y no había cosas de relevancia, aunque los exteriores eran preciosos e incluso había una terracita ideal para tomar el té.

Después de aquello hemos ido corriendo a cenar y a cambiarnos de ropa para ver los fuegos artificiales de la noche. La pólvora ha sido maravillosa, debajo del Sacre Coeur, y no cabía un alfiler para ver el espectáculo. Una media hora de duración llena de color y después, con un vino bajo el  brazo nos vamos a la Isla de San Luis a beber en la orilla del río. Allí al lado de un barco hemos pasado unas dos horas tomando vino, y una botella de una bebida finlandesa que no era otra cosa que Anís del Mono.

Allí, a orillas del Sena, con Notre Dame iluminado a nuestro lado y un barco-discoteca atracado a pocos metros, ha sido una noche perfecta, que ha concluído a las 12.30 cuando hemos vuelto a la residencia. Aunque creo que no ha terminado para todos, porque en la estación de Chatelet-Les Halles, Lorena ha montado en un vagón distinto, y cuando hemos llegado a Nanterre ella no ha bajado del tren. Y conociéndola y sabiendo que Chatelet es la zona de marcha preferida por ella no me extrañaría que ahora mismo esté bailando en la barra de algún pub anglosajón.

Así que cuando te olvidas de la Torre Eiffel y disfrutas más del tiempo estando con la gente, tomando una copa y mirando simplemente alrededor es cuando uno tiene un erasmus normal, porque al final lo que cuenta son los amigos que te lleves de aquí.”

Y aunque el anterior párrafo quedaba genial como despedida no puedo marcharme sin contar cuál es mi alegría mayor. Tengo unos billetes impresos para el miércoles 20, que me van a llevar a un país europeo durante dos semanas. Esas vacaciones de 14 días seguro que van a ser estupendas, en buena compañía y he decidido que para darle dinamismo y gracia lo voy a hacer así: no voy a decir dónde voy hasta que llegue allí y con cada actualización añadiré alguna pista del país. Cuando llegue haré una foto de algo que podáis conocer y será cuando sepáis dónde estoy, espero no tener problemas con internet porque en esas dos semanas tendré mucho que contar. La primera pista se la di a mi amiga Tamar en Facebook: No voy a República Checa, pero como esa pista no descarta mucho añadiré que en el país en el que voy a estar se paga en euros.

Dos pistas que dicen poco pero ya iré poniendo más aquí próximamente. Ya pensaré en algún premio para quien lo adivine antes.

Un gran abrazo para todos y ojalá que mi felicidad sea contagiosa! Cuaderno de notas:

Nanterre V o de “Cómo dejar que el Martini hable en tu nombre”

Una semana feliz pero rara. Mientras París me está dando una segunda oportunidad para ser feliz aquí y darme cuenta de que tengo que aprovechar mejor el tiempo con la gente, mi cabeza y la situación con Nico no me facilita las cosas para nada.

Todo empezó el jueves cuando fuimos a la universidad. Yo ya le había dicho a Nico que íbamos a ir, así que estuvo pendiente de ir a vernos a la hora que llegamos. Es curioso cómo él se hace el casual siempre que nos ve, como si no hubiera estado esperando largos minutos hasta vernos entrar por la puerta principal y el encuentro se produjera por el destino. Parecía que no quería que se notara su interés por mí aunque era evidente que la mayoría del tiempo sus conversaciones me tenían como único destinatario.

A pesar del detalle del azucarillo, mi posición había sido firme en cuanto a seguir negándolo todo y vivir mi vida hetero, así que las conversaciones posteriores a ese día fueron bastante normales, pero dentro de mí había un sentimiento contradictorio, un tira y afloja que quería que Nico me dejara en paz y que a la vez siguiera en la puerta esperándome cada vez que íbamos a la universidad. Hasta ahora era fácil porque la mayor parte de nuestro contacto era a través del chat de Facebook por lo poco que vamos a Saint Germain en Laye, y no tenía la necesidad de que se complicara pero no pude evitar decirle que estábamos pensando en hacer algún plan con la esperanza de que quizá le apeteciera venir y a la vez que no pudiera para no complicarlo todo más, y que entonces esa cuerda tensa que nos sostiene siguiera más tensa y excitante aún.

Y él dijo que le avisara, que estaría bien tomar algo un rato, si íbamos a un bar o tomábamos vino en la Torre Eiffel. Por eso cuando ya volvía a la residencia después de la clase de francés y las chicas y yo acordamos hacer la fiesta en la residencia, pensé que era la ocasión adecuada para que Nico rechazara la invitación y dijera que ni loco se iba a venir a aquella cueva apartada a la que llamamos hogar. Que estaría muy lejos, o se le haría muy tarde o tendría montones de cosas que hacer y entonces tendríamos que volver a vernos en la universidad, forzando el destino otra vez.

Por eso una de las primeras cosas que hice cuando llegué a mi habitación fue abrir el ordenador y escribirle un mensaje para decirle que se cancelaba el plan y que sería sustituido por una fiesta casera, dando a entender que sería algo familiar, casi dejándole claro que ya no estaba invitado, que era algo nuestro y que él tenía que quedarse fuera de ello. Pero no lo entendió.

Nico preguntó si podía unirse y evidentemente no le pude decir que no así que le di las indicaciones para llegar hasta la parada de tren pero el mayor problema sería que no sabría llegar hasta nuestro edificio porque para ello tendría que cruzar todo el campus donde vivimos y tendría que dejarlo muy claro para que no se perdiera porque luego no tendría manera de contactar conmigo. Todo dependía de mí porque no tenía el contacto de nadie más y entonces los nervios empezaron a apoderarse de mi cuerpo, porque me di cuenta de que tendría que ir a buscarle y entonces haríamos el camino hasta mi habitación los dos solos, y quizá tendríamos que estar después dentro de ella los dos sin nadie más y quién sabe si entonces, en un alarde de atrevimiento, Nico se lanzaría y perdería la vergüenza y a mi no me quedará más remedio que dejarme llevar y seguir temblando.

Yo ya me había montado mil películas en la cabeza de todo lo terrible que podría pasar al quedarnos solos pero no me quedó más remedio que estar allí esperando a que él llegara. Habíamos quedado en la rampa que está en la salida izquierda de la estación, lo suficientemente estrecha como para que no pasara de largo sin verme, aunque siendo él sería poco probable.

Unos doce minutos después de mi llegada allí estaba Nico, camisa de cuadros roja, cabeza alta y sonrisa impecable. Se acercó a mí y me dio un abrazo, fue raro. En la universidad no solíamos saludarnos de ninguna manera especial pero al estar fuera fue como si lleváramos mucho tiempo sin vernos. Nunca lo había tenido tan cerca, mucho más que la noche de la Mix, y eso me dejó apreciar su perfume, el mismo que el de aquella noche. Le pregunté por él y me dijo que era 212 VIP de Carolina Herrera. No dejé de olerlo durante todo el largo camino hasta la residencia.

Mientras caminábamos íbamos hablando de la universidad, sobre todo de las clases a las que yo no estaba yendo por falta de ganas, y la verdad es que no hubo ningún silencio incómodo en todo ese rato. A Nico le gustaba hablar y a mí escucharle, y además mientras hablaba, yo podía seguir montándome historias en mi cabeza sobre lo guapo que era y lo poco que quería que entrara en mi vida de alguna manera. Mi incomodidad era evidente porque no podía casi ni mirarle a la cara y caminaba más rápido de lo que ya por sí hago porque necesitaba que ese rapo pasara muy rápido.

Llegamos a la residencia y le subí hasta mi habitación. Aquello me pareció como un sacrilegio porque estaba dejando que esa persona que suponía la mayor amenaza de mi vida descubriera todos mis secretos. Ahora ya sabía cómo llegar hasta mí a cualquier hora y el cualquier momento y yo no estaba del todo preparado para eso. Pasamos dentro y en el poco desorden que puede haber en 10 metros cuadrados estuvimos hablando un rato. Para evitar que la situación se me fuera de las manos yo me senté en la cama bloqueando la escalera que subía hasta ella, y le dejé a él la silla del escritorio. Yo estaba en un lugar poco accesible para él, como si se tratara de una metáfora de la vida. Yo allí arriba, en esa cama que parecía una jaula, solo dejando que alcanzara la punta de mis pies y manteniendo una distancia enorme. Él allí abajo, plantando su culo sobre mi silla y su espalda sobre el respaldo, silla que después toque por todos sitios cuando él ya no estaba como si su cuerpo siguiera allí. Miraba todas las fotos que tenía colgadas, algunas de Laura también y me preguntaba por quiénes eran todos ellos.

Cuando la situación fue demasiado incómoda para seguir allí sin que él planeara levantarse, agarrarme las piernas, escalar tres peldaños y morderme la lengua, decidí que fuéramos a buscar a Inga a su habitación. Entonces yo ya me sentía a salvo, Nico y yo ya no estábamos solos y seguramente no volveríamos a estarlo en toda la noche así que había sobrevivido y podía pasar tranquilo el resto de la noche. Cuando nos juntamos en la habitación de Rami, allí no cabía un alma. Todo el mundo bebía y hablaba en todos los idiomas que sabíamos. El Martini caía en mi copa una vez tras otra y de ahí a mi garganta. Nico también bebía de todo lo que le daban así que al final él, igual que todos los habitantes de ese cuarto, acabamos medio borrachos teniendo una de las noches más divertidas hasta ahora aquí, sin hacer falta pegatinas de banderas ni la Macarena de fondo.

La noche pasaba sin darnos cuenta, la gente iba y venía pero Nico seguía allí, acercándose de vez en cuando a hablar, a bailar, a intentar hablar español de manera ridículamente atractiva. Les enseñaba palabrotas a él y a Inga y les grababa diciéndolas. Todo fue perfecto durante las pocas horas que estuvimos allí encerrados hasta que llegaron las 12 y como Cenicienta teníamos que irnos. Salimos de la habitación y en la puerta nos despedimos todos. Las alemanas y las checas se fueron por la escalera a sus habitaciones y en mi planta solo quedábamos Lorena, Nico y yo. Para salir de la residencia, Nico tenía que ir hasta mi habitación, seguir hasta la de Lorena y después marcharse, así que no estaría a solas conmigo lo cual me agradó, pero cuando llegamos a mi puerta Nico me dijo que si podía darle su chaqueta que había dejado allí. Aquello fue como un jarro de nervios encima de mi pero me apresuré a entrar yo y cogerla para que el se quedara fuera con Lorena. Entré y junté la puerta dejando claro que nadie tenía que entrar allí y cogí la chaqueta. Nada más ponerla en mis manos se me vino otra vez un intenso olor a su colonia que parecía impregnar la habitación entera. Me paré 3 segundos que debieron parecerme tres horas, a observar la chaqueta, a tocarla y olerla minuciosamente, deseando profundamente que dentro de esa chaqueta estuviera el pecho de Nico.

Salí al pasillo a dársela y Lorena ya no estaba. Su habitación no estaba tan cerca de la mía, pero entre la suya y la mía había unas puertas que partían el pasillo en dos, así que aunque ella no hubiera llegado a su sitio, ya no nos podía ver. Me había abandonado. Y allí estaba yo en mi puerta, con Nico a escasos centímetros de mi y su chaqueta en mis manos. Estaba siendo un momento demasiado íntimo para mí, así que le di chaqueta con un “voilà” y una sonrisa en mi cara de borracho. Él la cogió y sin yo esperármelo y sin poder moverme a causa del Martini, puso su mano derecha en mi cuello, acercó su cara a mi oreja derecha y me susurró “Merci”. Después posó sus labios como si estuviera dándome medio beso encima de mi hueso de la mandíbula, justo donde se dobla al lado del oído. Se separó de mí, deslizando la mano que tenía que había puesto en mi cuello y recorriendo con ella la otra parte de la mandíbula que no había explorado con su cara.

Sonrió con los ojos medio cerrados aún por los efectos del alcohol y se marchó sin darme tiempo a que yo dijera nada, paralizado por el miedo, por las copas, por el placer o quién sabe por qué. Yo volví dentro y me senté en la silla, dejando que cada fibra de madera que había estado en contacto con Nico estuviera ahora conmigo. Su olor seguía allí y mientras se me ponía la carne de gallina por haber eliminado la distancia entre su boca y mi oreja, solo quería llorar consumido por el miedo de que alguien descubriera que aquella noche había acabado con su piel contra la mía y por lo que pasaría después.

Afortunadamente a la mañana siguiente y antes de irnos a Versalles, comprobé mi Facebook y allí estaba el mensaje de Nico disculpándose. Me dijo que no había querido incomodarme y que había sido por el alcohol, y que entendía que mi opción. Eso me tranquilizó bastante porque significaba que entendía que había sobrepasado los límites y que no volvería a hacerlo, aunque lo de la “opción” me sonó a que me juzgaba, a que pensaba que era gay y no quería decirlo, y eso me molestó pero tenía que dejarlo pasar como si nada para no discutir sobre ello. Para que él estuviera bien le mentí diciéndole que no había sido nada, que ni siquiera me acordaba muy bien. Quizá pensó que debería haberme besado y haberme empujado hacia dentro mientras me desvestía y así lo hubiera recordado. Que su cara y mi mandíbula no hubieran sido la única piel que chocara esa noche y que sus labios hubieran llegado a otros hemisferios que me hubieran hecho temblar. Seguro que él lo pensó, y lo convertí en mi fantasía mientras me duchaba antes de salir.

París me ha dado una segunda oportunidad para ser feliz aquí, yo se la daré a Nico para que no vuelva a pasarse o para que vuelva a hacerlo.

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