París XXI o de “España I”

Villasequilla

Supongo que a estas alturas de la vida habrá poca gente que no sepa que estoy en casa, en España. La verdad es que los días se empezaban a hacer interminables en París y venir a casa a comer bien durante dos semanas ha sido genial.

Mis últimos días en París fueron bastante sosos exceptuando que ya he conocido en persona a Monsieur Castañeda y he podido poner cara a nuestros interminables emails para solucionar mi situación con las asignaturas de la universidad. Mi coordinador es de familia española, aunque pasaría por español totalmente ya que su idioma es perfecto y no tiene prácticamente acento francés. Solucionamos el tema del portfolio, de mis horarios, de mis créditos y de todo lo que fuera necesario. Alain Castañeda es un tipo relajado, al que parece que nada le estresa y que te hace saber que todo fluye aunque tú no lo estés haciendo del todo. Ese mismo lunes en el que yo le conocía, Lorena fue despedida de su trabajo de azafata por llegar unas 6 horas tarde, cosa que viniendo de ella no es demasiado extraña.

No os lo había contado pero al parecer Lorena encontró un empleo temporal como azafata de congresos en una feria gastronómica internacional bastante importante. Aunque su nivel de inglés es muy malo y el de francés ya ni te cuento, ella sabe echarle mucha cara a todo y lo cierto es que para estas cosas le viene bien. Acabó como azafata ofreciendo canapés en el stand de Argentina, aunque imagino que no tuviera que imitar el acento. Tenía que trabajar durante 5 días pero al tercero se despertó a la 1 de la tarde a pesar de tener que estar allí a las 10, y vino a mi habitación a contarme que se había dormido. Le dije que llamara y se inventara que estaba enferma pero ella dijo que no pasaba nada, que se iba para allá aún sabiendo que necesitaría una hora más para llegar. A mitad de camino recibió la llamada de su jefe para decirle que no se molestara en volver.

Volvió al rato a mi habitación a contármelo muerta de la risa. Después de decir que el Ministro de Comida argentino había estado allí, de tener un par de broncas con la encargada y de sangrar por la nariz como una posesa mientras estaba trabajando, ha podido sacar 200€ que no están nada mal. Me rogó que la acompañara el jueves a cobrar y ya de paso a robar comida de la feria, aunque evidentemente no lo hice.

Mientras tanto yo me preparaba para luchas contra los franceses, una vez más con motivo del transporte. La batalla comenzó el martes. Una huelga general volvía a paralizar el país por tercera vez desde que yo llegué y por novena desde que empezó el año. Una huelga general en Francia es lo más habitual del mundo, pero en París, donde todo está centralizado, los efectos son mucho más notables. Los vuelos de EasyJet se cancelaban por momentos, y para Madrid sólo dejaron 1 de cada 4. Todo dependía de si la suerte me acompañaría y yo estaría en ese 25%. La información en internet de los vuelos cancelados para el miércoles era mínima por no decir nula, y a pesar de que la huelga general finalizaba el martes, una huelga extra de controladores aéreos amenazaba con seguir cancelando vuelos hasta el viernes.

Me decidí a ir al aeropuerto a ver cómo me cancelaban el vuelo porque no tenía nada que perder y el problema es que el avión salía a las 7 de la mañana, yo tenía que estar entre las 4 y las 6, y el transporte nocturno es penoso por lo que lo ideal era pasar la noche allí. Con este panorama decidí salir a las diez y media de la noche del martes con dirección al aeropuerto Charles de Gaulle para tener tiempo de maniobra. Una hora antes había empezado a beber con mis compañeros de residencia y de universidad así que me planté en la estación de tren con cuatro Martinis encima y acompañado de Nico que ya se marchaba a casa. Debido a la huelga cancelaron el tren que debía coger y tuve que esperar más de la cuenta, desbaratando así todos mis planes. Esto desembocó en que tuviera que correr como un loco para llegar a coger el bus que me llevaría al aeropuerto. Nico y yo salimos de la estación y he de decir que me mantenía muy biel el ritmo, pero llevaba tanta prisa e iba tan concentrado en llegar a tiempo que al cruzar el paso de cebra enfrente de la Ópera no vi un coche que venía hacia mí. El coche dio un frenazo en cuanto me vio mientras que Nico veía desde la acera cómo yo acababa medio sentado encima del capó del Mercedes negro. Me incorporé enseguida pero no tuve tiempo ni de pedir perdón porque las prisas y la lluvia me lo impedían así que Nico cruzó y me siguió hasta la parada. Cuando llegué allí vi que todos mis intentos habían sido en vano. Perdí el último autobús al aeropuerto a las once de la noche y no había ningún otro que me llevara allí antes de las 7.

Nico se marchó y en la parada del autobús coincidí con un matrimonio marroquí y su hija de unos dos años que se habían quedado en la misma situación que yo. Como también iban al aeropuerto me ofrecieron compartir un taxi con ellos y aunque en un primer momento me dio un poco de miedo porque no les entendía del todo bien, acepté. Recorrimos el largo camino hasta el aeropuerto, yo fiándome de que estuviéramos yendo al sitio correcto porque allí nadie hablaba inglés, y después de bastante rato llegamos allí. La factura ascendía a 45 euros, de los cuales yo pagué 20, pero ahí no acababa mi odisea.

El aeropuerto estaba cerrado durante la noche, y todo apuntaba a que estar en la calle acompañado de mis simpáticos musulmanes hasta que decidieran abrirnos a alguna hora de la madrugada. Entonces apareció un español por allí, que se había salido a fumar a la calle y había dejado a su novia y a su maleta dentro. El pobre chaval le explicaba a su chica a través del cristal que se tenía que quedar en la calle, aunque finalmente conseguimos entrar por una puerta para el servicio que encontramos después de mucho buscar.

Como no me apetecía pasarme la noche hablando francés con el matrimonio, me acerqué al español para preguntarle si sabía dónde estaban las pantallas informativas. El joven, tan desconcertado como yo, me mostró unos televisores apagados sin ninguna clase de información. Ellos desconocían la difícil situación por la huelga y cuando les empecé a contar el miedo se apoderó de ellos. La abuela de la chica había fallecido esa misma tarde por lo que tuvieron que abandonar una escapada romántica para ir a un entierro de última hora.

La tensión se acumulaba durante toda la noche sin tener información, y en ciertos momentos mis manos retemblaban por los nervios como pocas veces antes. Los ataques de ansiedad tan habituales en mí estaban dando señales de acompañarme toda la noche. Aún así conseguimos amenizar la espera eterna hablando y bromeando. El típico acento andaluz del chico y los constantes piques con su novia catalana hacían de ellos una pareja perfecta, y para mí, unos compañeros de viaje ideales dado mi escaso historial de amistades en estos meses.

Finalmente tuvimos una suerte inmensa y lo único que perdimos fue media hora en el avión hasta que despegó, y para mí, que iba con la idea de que me cancelaran el vuelo, aquellos momentos me estaban pareciendo increíbles. En esas largas horas de espera, el aeropuerto se me hizo incómodo y París me acababa pareciendo horrible y hostil. Durante dos semanas podría comer normal, dormir genial, vestir con toda mi ropa, conducir y sobre todo ver a mi gente. En esas 7 semanas, el primer momento en el que casi rompo a llorar es cuando por fin estoy sentado en el avión, con una sonrisa de oreja a oreja y mis compañeros dormidos a mi lado. ”

Llevo 19 horas despierto, y unas 12 sin comer nada. Mi estómago se encoge y mis ojos son incapaces de cerrarse. Con la ayuda de un Kit-Kat que me ha costado carísimo me mantengo todo el viaje hasta que por fin nos acercamos. Las montañas que veo desde la ventana me parecen tan mías como si las hubiera comprado. Una vez en tierra se ve desde mi asiento el cartel de "Aeropuerto de Madrid-Barajas" y por fin salimos de ahí. Me despido de mis compañeros sabiendo que no volveré a verles nunca más y llega mi padre a recogerme.

En ese momento todo cambia, todo vuelve a ser como antes. En la radio van hablando del cambio de gobierno de Zapatero, yo voy absorto mirando fábricas con nombre español, matrículas con iniciales de provincias de España, carteles indicativos en castellano, las manadas de toros de lidia en las dehesas que hay alrededor de la carretera de Madrid. A pesar de las semanas, mi padre sigue sin tener nada que decirme, como si lleváramos sin vernos apenas unas horas, y por extraño que parezca me resultó encantador.

Al llegar al pueblo todo me pareció minúsculo. Desde la basílica del Sacre-Coeur en París se ve toda la ciudad y no tiene fin, no se ve el campo al final, sólo edificios. Ahora sin embargo puedo ver mi pueblo sin tener que mover la cabeza hacia los lados, y a pesar de que se me hace agobiante, en ese momento es maravilloso. Llego a casa, me libro del equipaje y me pongo un pijama. Por fin me puedo quitar los dos vaqueros que llevo y las 2 camisetas, la camisa, el jersey, la chaqueta y la bufanda que abultan mi escuálido cuerpo y que tuve que ponerme porque no me cabían en la maleta. Decido dormir unas horas y se pasan sin darme cuenta. Mi almohada es tan acogedora, tan adaptable que me resulta casi excitante, el tacto de mis sábanas sobre mi colchón, y la luz que entra por los agujeros de la persiana y que al mezclarse con la pintura beige de las paredes dejan todo coloreado de café. Todo me parece increíble y además mi madre preparó albóndigas para comer. Comí como una bestia, saboreando cada bola de carne, cada patata frita y mientras de fondo se oía la televisión en español. Mi tío Santia hablaba como siempre y mi abuela me miraba incrédula.

Acabado aquello comenzaba la ronda de sorpresas, ya que todo el mundo me imaginaba en Bruselas, Amsterdam o Berlín. Primero le tocó a Cris, que al llegar del instituto me encontró sentado en el sillón de su salón. Se le quedó la boca abierta y no acertaba a soltar palabra, sólo unos escuetos "pero... pero...". Después de besos y abrazos fuimos a ver a Celia que se quedó tan tranquila como si me hubiera visto el día anterior y Eva, que casi pierde el control del coche por quedarse mirándome con la boca abierta. Aquel momento con mis "vallecanas" reunidas me resultaba especial, tenía confianza para hablar de todo, para bromear, para reír de lo que nos diera la gana. El vacío que sentí en mis momentos de soledad en la residencia se llenaron en un segundo y yo me encargué de recordarles a todas lo feliz que era aquel momento aunque no lo pudieran comprender. Después fui con Sheila a Toledo para sorprender a mi prima Marian, que se puso a gritar como loca en su frutería cuando me vio entrar por la puerta. Aquel día fue totalmente especial, y de verdad que pude sentirme muy querido. También fue día de reencontrarme con una Pellés que sigue estupenda y de otras personas más que uno echa de menos los sábados por la noche.

El siguiente día fue para la universidad. Primero quedé con Celia para desayunar y luego a sorprender a todos en la puerta de la clase. Fue genial ver cómo todos se quedaban sorprendidísimos y como mis chicas de Cohen se abalanzaron sobre mí con alguna lágrima que otra. Solucioné cuatro papelillos en la Oficina de Relaciones Internacionales y luego llevé a Celia a casa. El resto de los días han sido de reencuentro en general, destacando el de Pazos el viernes, escondido en el maletero de mi prima y ella pensando que yo era un regalo que le había mandando desde Francia. Me quedaban Elia, mis primos y finalmente Chus que por fin ayer consiguió verme en el cumple de Eva.

Un cumpleaños feliz, en el que prometí beberme todo lo que no me había bebido en París y así lo cumplí. No había casi gente, dos drag queens cantaban copla en la discoteca a pesar del poco público y aún así fue una de las mejores noches de mi vida. Dentro de una semana volveré a repetir, porque tendré que llevar reservas de alcohol para allá, y espero que sea aún mejor. Hoy me he levantado abatido por la resaca, con la garganta destrozada y la típica paella de los domingos que tanto odiaba y que estoy tan tonto que me resulta hasta tierna.

Tuve tiempo también de hablar con mi buena amiga Nuria, con que la que tantas noches de fiesta he compartido y que está pensando pedir una beca Leonardo para hacer prácticas en el extranjero. Y aunque ahora mismo no pueda pensar en volver a París, le dije que lo haga, porque a pesar de que yo tengo momentos de soledad, de tener que cocinar como puedo, de dormir mal, de no salir, de conocer gente rara y pasar calamidades; he tenido momentos de amistad, de probar cosas nuevas, de soñar maravillas, de estar en sitios increíbles, de conocer gente maravillosa y sobre todo: de poder valorar todo lo que tengo aquí y que nunca lo hago por estar tan acostumbrado.

Me había habituado tanto a quereros que se me había olvidado decíroslo :)

Cuaderno de notas. Villasequilla I o de “Cómo ser un maricón”.

Si mi viaje a París había sido intenso hasta ahora, el final de esa primera parte no podía haber sido más desastroso y emocionante a la vez.

Desde hace bastante tiempo que tengo que luchar contra la ansiedad, y una de las cosas que más facilidad tiene para causármela son los viajes en avión. Nunca me ha dado miedo volar, pero la presión de tener que combinar una serie de transportes y después pasar controles hasta llegar al avión a una hora determinada hacen que mis niveles se disparen desde días antes. Y en esas estaba yo ya desde el día anterior a coger el vuelo, sobre todo sabiendo que tendría que dormir en el aeropuerto. Pero las ganas de volver a casa a tomarme un descanso eran tan grandes que merecían la pena.

La misma tarde antes de mi vuelo recibí un mensaje de Nico para preguntare que cómo lo llevaba y que si estaba preparado para la vuelta a casa, así que después de un rato hablando le conté que teníamos planes para cenar en la residencia y beber algo en mi habitación antes de irme. Prácticamente sin invitarle me preguntó que si podía venir a despedirse y pasar el rato con nosotros, y yo por educación y por mis deseos ocultos le dije que viniera. Si mi ansiedad ya era alta creo que se multiplicó por mil al saber que vendría. De todas maneras sabía que tampoco había peligro de que pasara nada porque a cierta hora yo tendría que irme y eso no dejaba ningún margen para que él intentara robarme algo de tiempo.

Preparé la maleta con emoción, recogí un poco la habitación para cuando vinieran mis compañeros aunque tampoco demasiado y me quedé esperando nervioso a que fueran llegando todos los acontecimientos que tenían que ir ocurriendo uno detrás de otro en las siguientes 24 horas. No podía parar de pensar en volver a casa y dejar atrás todos los sentimientos negativos que estaba teniendo en París así que en realidad estaba muy feliz de poder escapar durante un tiempo.

A las 8 de la tarde ya estábamos en la cocina y un poco más tarde llegó Nico, guapísimo, con un vaquero claro y una camisa de rayas, su pelo medio despeinado y su sonrisa en la cara. Me dio un vuelco el corazón cuando le vi entrar por la puerta y tuve que disimular mis nervios porque no le había visto en muchos días, desde que tuvimos aquel momento raro en la puerta de mi habitación. Estuvimos como siempre cenando todos juntos, riendo y pasándolo bien aunque yo no podía dejar de mirar el reloj para irme cuanto antes mientras seguía bebiendo mis Martinis de postre ya en mi cuarto. Llegadas las 10:30 les dije a mis compañeros que me tenía que marchar y que se podían quedar en mi habitación, y le pedí a Inga que quedara pendiente de apagar y cerrar bien todo cuando se marcharan. Pero como era de esperar Nico dijo que se marchaba ya a casa y que me acompañaba. Él vive en Boulogne-Billancourt pero se ofreció a acompañarme hasta Ópera y luego volver a su casa. Yo iba tan nervioso por las prisas que me pareció bien ir acompañado y al fin y al cabo me podría dar conversación mientras viajaba.

Pero nada salió como yo esperaba porque tras eliminar el tren que debía coger todo se convirtió en prisas y más nervios, y en realidad no estaba muy concentrado en conversar con él. He de decir que él lo intentaba, se sentaba a mi lado en la parada, en el vagón y me contaba cosas divertidas y en todo momento intentó no incomodarme, no noté que intentara tocarme o acercarse más de la cuenta y eso me tranquilizaba y a la vez me hacía odiarle porque no quisiera faltarme al respeto y hacer lo que los dos estábamos deseando pero que yo no permitía.
Supongo que todo cambió cuando llegamos a Ópera, porque al salir de la parada de metro yo me lancé sin cuidado al paso de cebra y entonces el coche me arrolló. Nico no había cruzado, se había quedado atrás y no pude ver su cara cuando vio cómo me atropellaban pero imagino que debió helarle la sangre a juzgar por su reacción en cuanto pudimos parar y calmarnos. Yo seguí corriendo hasta llegar a la parada del autobús que no estaba muy lejos y me paré a comprobar que ya no había más buses. Nico llegaba unos segundos más tarde, sofocado como yo de tanto correr y entonces me cogió del brazo con su mano y me giró un poco hacia él diciéndome “Tu est bien?” y mi cabeza empezó a decir que sí antes de que me diera tiempo a decirlo con mis labios porque los suyos se abalanzaron sobre mi casi sin darme cuenta.

En un instante note la suavidad de su boca chocando con la mía, sus manos sujetando mi cara con fuerza y el olor de su perfume de nuevo penetrando mi nariz. Yo solo atiné a poner una mano sobre su mejilla mientras con la otra sujetaba mi maleta para no perderla. Paró un momento, separó su cara de la mía y me miró fijamente. No había visto nunca tanta verdad en una mirada, no para de decirme cosas a través del verdor de sus ojos. Y entonces volvió a besarme allí, rodeando mi espalda con su brazos, con los coches pasando a nuestro lado, de los cuales me olvidé durante unos segundos porque no quería que pasara ese momento, con la Opera Garnier siendo testigos del beso más secreto que se había dado en esa calle y con el frío más cálido que se pudiera sentir.

Entonces volvió a separarse, puso mi mano en su mejilla y esta vez ya en inglés me dijo: “Lo siento, no sé si debí hacer eso”. Y sus ojos se llenaron entonces de miedo y de arrepentimiento como lo habían estado los míos estos meses cada vez que le veía. Y yo, viendo como se alejaba mentalmente de mi y ayudado por los Martini que seguían en mi cuerpo le cogí la mano, le acerqué hacia mí de nuevo y esta vez me olvidé de si nos veía alguien, de mi novia falsa, de mi familia y de toda la gente que durante años me había puesto la etiqueta de maricón. Le besé con fuerza y con toda la sinceridad que me había guardado, porque esa noche sí, era el maricón y me daba igual. Y allí contra aquella marquesina con los horarios del autobús 42B tuve las sensaciones más intensas que había tenido nunca y saboreé cada rincón de sus labios, llené mis manos de su cabello castaño claro, choqué mi nariz contra la suya tantas veces que perdí la cuenta y mis pantalones comenzaron a quedarse pequeños. Allí se detuvo el tiempo. Yo era el maricón.

El resto del tiempo se dedicó a abrazarme, a cogerme con delicadeza de los dedos, a sonreírme y  a hablarme bajito. Se marchó un poco después de que llegaran los marroquíes dándome un último beso intenso que quise aprovechar al máximo por ser el último en no sé cuánto tiempo. Y cuando ya se iba, se detuvo y gritó “Javi!”, yo le sonreí y abrí bien los ojos a modo de respuesta y volvió a acercarse, cogió mi mano y me puso algo en ella diciéndome “Pour toi”. Se volvió a ir yo abrí la mano, descubriendo un azucarillo que me dejó pensando en él todo el camino. Sonreí.

Y de pronto, después de las horas eternas hasta llegar a mi cama no puedo quitarme el recuerdo de la cabeza, pero ha vuelto el miedo porque aquí está la vida real, los amigos y la familia, los que te juzgan y los que esperan cosas de ti, a los que no puedes decepcionar porque tienes que seguir siendo la persona ejemplar que eres aunque eso signifique renunciar a ser tú mismo. Tengo tantas dudas al respecto que ahora mismo no sé lo que quiero que pase cuando vuelva pero si meto la mano en el bolsillo y descubro el azucarillo en él, sé que al menos fui suyo durante tres cuartos de horas. Yo era el maricón.

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