París XIX o de “Cómo llevar un sombrero por los Campos Elíseos”



Si hay algo bueno de París es que la moda siempre está viva. Puedes ir en el metro y ver moda, estar en el centro y ver más moda o incluso estar en las afueras en un barrio chungo y seguir viendo moda. Las opciones son infinitas y el multiculturalismo de la ciudad favorece a ello. Sobre todo es evidente en los hombres, tarea pendiente en España. Aquí todos los chicos van a última y cuidan su aspecto al máximo. Además la ciudad respira moda y siempre hay eventos relacionados con ella. En Toledo, si quieres comprar ropa, vas al centro comercial, lo compras y se acabó. En París te montan fiestas por las noches, te hacen inauguraciones espectaculares y aparecen todo tipo de famosos.

Hace aproximadamente una semana yo estaba de espectador en la fiesta de D&G como recordaréis, observando a Dita Von Teese, Naomi Campbell y demás gente; pero al mismo tiempo, a unos 500 metros de distancia, Andrea Casiraghi, hijo mayor de Carolina de Mónaco, estaba inaugurando la nueva tienda que los suecos H&M han puesto en los Campos Elíseos. Yo no tenía noticia de aquello, me enteré por el facebook de la revista Hola, y como hoy no tenía ningún plan especial he decidido visitarla y ya de paso ver si hay algo que me cuadre. Desde que estoy aquí las compras han pasado de ser mi afición a ser una excepción con mis recortes de presupuesto.

Mi pelo es ya una locura después de casi dos meses sin cortarlo y los días con lluvia se hace especialmente incómodo porque no uso nunca paraguas. Con este largo me podía poner el sombrero que me compré hace un año justo para venir a París y darle un toque bohemio a mi aspecto. Decía Audrey Hepburn a Humphrey Bogart en Sabrina que no se puede pasear por los Campos Elíseos con maletín y paraguas porque está prohibido, mientras que él le preguntaba que quien iba a colocar el ala de su sombrero cuando estuviera solo en París. Entonces, sintiéndome un poco Bogart, he dejado el maletín y el paraguas en casa, sobre todo porque normalmente está haciendo un tiempo estupendo, y me he puesto el sombrero para ir a la tienda.

Pero la sensación de ir con él puesto por aquí es muy distinta a la de hacerlo en España. Si lo haces en el pueblo es posible que al día siguiente te declaren persona non grata o te quemen en la hoguera en la Plaza Mayor. Salirse de la norma no está bien visto y las habladurías aparecerían tardando poco. Es por eso por lo que uno suele evitar llamar la atención aunque a veces se muera de ganas.

Si lo haces en Toledo algunos te mirarán raro y otros pasarán de largo pensando que eres un turista por lo que es más sencillo pasar desapercibido; y si lo haces en Madrid la gente no te mirará mucho pero no todo el mundo va con un sombrero por la Gran Vía. Pero París es diferente, porque cuando vas en el metro ves a señoras africanas con mantones verde lima, naranja mandarina o rojo sandía, con estampados de flores y lunares, y con unos enormes lazos en la cabeza de la misma tela del vestido. Después hay gente con traje de chaqueta, chinas que van con pitillos y perfectamente maquilladas, cincuentones canos con el mismo peinado que yo y ropa de Zara a la última y chicas negras con unas pelucas maravillosas que parecen sacadas del peluquero de Beyoncé.

Con este panorama, un sombrero pasa totalmente desapercibido. Incluso podrías ir vestido con una piel de un tigre que nadie te miraría ni mal ni bien, porque aquí todo vale. Y cuando nadie te mira y todo es normal, pierde la gracia y la provocación. Porque al final, ¿qué es la moda sino un grito al cielo para decir quién eres y cómo te sientes? No sirve de nada exclamar que estás aquí si nadie escucha, si nadie ve. Porque aunque a veces ponerse un sombrero en el pueblo pueda significar una crítica, te pone nombre, te resalta sobre todo el mundo. Sin embargo aquí es el pan de cada día, y aunque eso es genial me falta esa sensación. Como dijo mi compatriota Dalí: Lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien.

En cualquier caso mi sombrero y yo estábamos bajando la calle para ver la nueva tienda y he de decir que me ha parecido fabulosa. Tres plantas, de las cuales sólo he visitado la primera, que era para hombre, y que me ha parecido enorme. Creo que he tardado unos 15 o 20 minutos en poder ver la planta entera, y eso que soy rapidísimo viendo tiendas y que no me he probado nada ni me he parado a reflexionar si comprar o no comprar, esa es la cuestión. Los paneles con fotografías de modelos estaban moviéndose constantemente por toda la tienda mediante un sistema mecánico perfecto y en vez de fotos eran vídeos. Los modelos aparecían posando, y así estaban un rato sin casi moverse, pero sabias que era un vídeo porque a veces sonreía o movía la cabeza y era como si realmente estuviera dentro.

Visitada la tienda me iba a la Defense para uno de mis rituales semanales: la compra. Pero antes de llegar he hecho dos visitas fugaces a dos tiendas que tenía ganas, el salón Peugeot y el salón Mercedes-Benz. Estas tiendas sirven de escaparate al mundo de las últimas innovaciones en el terreno del automóvil e incluso muestran coches ficticios y futuristas para impresionar a los turistas. En Peugeot apenas había 3 coches ecológicos con la apariencia de un Smart biplaza que para mi gusto eran horrorosos, y les acompañaban un coche con tres ruedas de hace al menos 70 años y un deportivo negro biplaza precioso. Por supuesto que el salón Mercedes-Benz era muchísimo mejor. Un CLS último modelo daba la bienvenida a la tienda, y dentro otros tres coches a cada cual más apetecible, eso sí, para quien pueda permitirselo. Aparte, una tienda con productos de marca Mercedes finalizaba la visita a la galería dejándote totalmente saciado. La tienda está enfrente de Louis Vouitton, y la de Peugeot está a unos pasos de la perfumería Yves Rocher.

Esa última me encanta porque venden el perfume de vainilla que siempre usaban mi prima Brenda y mi tía Marisol, y como llevo años sin olerlo me he metido para coger una muestra y llevármelo a Nanterre. En cuanto la fragancia entra en mi nariz, mi cabeza se transporta a San Lorenzo de El Escorial y a esas dos semanas de vacaciones que pasé allí hará unos 5 años y que tanto disfruté.

Tras tanta tienda ha tocado un poco de Alcampo, y por fin he vuelto a casa con una botella de Martini, 10 kg de comida de más y 25 euros menos en la cuenta bancaria. Después de cenar hemos decidido hacer fiesta en mi habitación y como no teníamos nada por lo que brindar hemos decidido celebrar que hoy habían encendido por fin la calefacción, lo cual ya iba siendo necesario, así que ese ha sido el motivo de la borrachera de la semana. En cualquier caso hoy es lunes, y creo que aún me quedan unas cuantas borracheras más antes de llegar al domingo porque seguimos sin mucho que hacer. Tras un ir y venir constante de gente por mi habitación, finalmente me he quedado solo a la una y media, hasta ahora que estoy escribiendo y en cuanto acabe voy a la cama.

Pero aquí no acaba la cosa porque no he hablado de ayer. Como parece ser que los planes con Lorena e Inga triunfan decidimos juntarnos con Juliana para ir al parque Morceau a hacer picnic. Inga se fue a la una y media y nosotros dos nos queríamos añadir al plan a la 4 de la tarde. Demasiado tarde porque ellas estaban en ese momento en mi lugar favorito, Ópera. Entonces yo me fui para allá a mis queridas Galerías Lafayette mientras que Lorena se iba al parque de la Villette con sus amigos, los del día de mi gran aventura con Lorena. Allí las alemanas y yo nos subimos a la última planta para ver esa vista de París tan maravillosa que yo intenté ver el día del desfile pero que la lluvia me fastidió. Y tras hacernos un montón de fotos con la puesta de sol nos marchamos a Bastille, donde quedamos con la británica Kat y con Lorena para tomar unas copas.

Primero entramos en un bar con muy buena pinta y muy poca gente. Pedimos una Piña colada, una cerveza, un mojito, un Red Russian y para mí fue un Manhattan. Mi cocktail era puro alcohol porque está hecho con Martini Bianco en lugar de Rosso y le da un sabor amaderado un poco desagradable, pero aún así quedaba muy elegante bebérselo en esa copa tan bonita. Lorena intentó pagar con tarjeta y nosotros le dimos el dinero pero como iba borracha con su piñacolada se equivocó con el código 2 veces. Como no era capaz de recordarlo pagamos con cash y nos fuimos a otro lugar. Allí pedimos un Sex on the Beach y un San Francisco, y Lorena no pudo pedir nada porque no recordaba la clave y no tenía dinero en metálico. Pero de repente algo se le iluminó, y aunque yo traté de persuadirla ella pidió un chupito llamado "Orgasme". También podías pedir un "Blow Job" (mamada) y alguna otra guarrada de la que no recuerdo el nombre, pero la gracia eran 4 euros. ”

Tras beberse su orgasmo, que no era otra cosa que anís con esa bebida azul que tienen en todas las discotecas y que no bebe nadie, empezó a poner caras de placer, a suspirar, y a abanicarse con la mano de los calores que le entraron con el famoso anís. Pero lo mejor fue que a la hora de pagar volvió a equivocarse en el código y se le bloqueó la tarjeta. Se quedó sin dinero plástico y sin cash, y con la nevera prácticamente vacía, por no hacerme caso y beberse aquel orgasmo que espero que fuera múltiple, por lo menos.

Tras aquello intenté pagar en un Subway (restaurante, no Metro) con mi tarjeta y no pude, cosa que me indignó, aunque hoy he comprobado que funciona a la perfección. El día fuera fue variado y divertido, aunque ya parece uno más en esta aventura ociosa que estamos viviendo.

Mis planes para estos días que vienen se limitan a hacer mañana picnic en el parque de Luxemburgo, ir pasado mañana a la fiesta que la Universidad de Nanterre ofrece a los estudiantes, e ir el jueves con Inga a la fiesta de Mango en el Boulevard Haussman, porque gracias a mi gran suerte me han tocado dos invitaciones en un sorteo de una revista (sólo había 700 para todo París, que tiene 13 millones de habitantes). Así que espero que haya mucho famoseo, y glamour y todas esas cosas que hacen que en París uno pueda llevar un sombrero por los Campos Elíseos sin que nadie se dé cuenta.

Muchos besos para todos!

PD: la siguiente pista sobre mi viaje es la siguiente: el país al que yo voy participó el año pasado en Eurovisión!” Cuaderno de notas.

Nanterre VI o de “Cómo oler lo que ya no se tiene”.

Mi paseo por los Campos Elíseos, mi sombrero negro y mi papelillo de muestra de perfume de vainilla me hicieron volver la vista atrás para poder reflexionar bien sobre todo lo que estoy viviendo, sobre todo en lo que se refiere a mis sentimientos por Nico.

El poder tener de nuevo ese olor en mi nariz me hizo transportarme a otra época y a otro lugar. Yo estaba tumbado en la cama de mi prima y madrina Brenda. Era finales de junio y la ventana estaba abierta de tal manera que el aire de la sierra de El Escorial se colaba y me refrescaba los brazos como si no fuera verano. Sin embargo el aroma de la vainilla era mucho más potente y me colapsaba todos los sentidos hasta el punto de sentirme flotando en un aire amarillento y apastelado. Y en esos días en los que yo tenía 16 años y disfrutaba de mis sentidos, mi tía y mi prima me llevaban a un sitio y a otro con la esperanza de entretenerme, de abrirme los poros de la mente y de que me enamorara de Madrid para cuando necesitara escapar allí.

Y en una de esas decidieron llevarme a Chueca, el barrio gay de Madrid, para ver las celebraciones del Orgullo Gay que estaban teniendo lugar en ese momento. Recuerdo que todo lo que veía a mi alrededor me daba miedo, la libertad de la gente, el exhibicionismo. Aquella alegria de la gente que se reconocía a sí misma amenazaba con descubrirme y sacarme a la luz. Su libertad golpeaba mi jaula, la que yo me resistía a abandonar. No me sentí uno de ellos, no quise tampoco serlo. Yo no era luz, fiesta, color, músculos y tangas. Yo solo era secretos, silencios, grises y sábanas sucias.

Y entonces cuando nos marchamos de aquel barrio que me asustó y que abrió mi curiosidad a partes iguales nos montamos en un autobús que nos llevaba de nuevo a casa, al aire seguro de la sierra que me permitía seguir escondiéndome y arroparme en la vainilla. Y en ese viaje, sentado en un escalón del suelo con mi madrina porque no había sitio para sentarnos ella me dijo: Si a ti alguna vez te gustaran los chicos me lo podrías contar y yo estaría contigo. Y a mi me pareció una tontería a pesar de que siempre me habían gustado los chicos, porque nunca se lo contaría a nadie, y su ayuda no me podría servir de mucho más allá de ser un hombro para llorar cuando todo mi mundo se derrumbara por mi confesión. Pero con 16 yo no entendía nada de eso, igual que no lo entiendo ahora.

Porque de repente estoy aquí, paseando por París calle arriba hasta el Arco del triunfo, oliendo ese perfume como si no hubieran pasado 5 años y recordando esas palabras y me doy cuenta de que ya no se trata de abanicos de colores y música techno, no son las plumas y los tacones. Es Nico. Porque en realidad no soy gay porque me exciten unos bíceps bien definidos, lo soy porque el beso que se le escapó a Nico en mi mejilla me dejó paralizado durante horas, porque el azucarillo que me regaló me dibujó una sonrisa en mi cara, porque quiero más sus ojos que su culo. Pero Brenda no está aquí para contárselo.

Así que me senté en el metro de camino a Nanterre y me puse el papelillo en la mano para olerlo de vez en cuando, y me la imaginé sentada a mi lado, en ese vagón beige y naranja como cuando volvíamos a su casa en aquel autobús. Y allí en el cercanías de camino a Nanterre ella me decía: Si a ti alguna vez te gustaran los chicos me lo podrías contar y estaría contigo. Y yo le contestaba: Me estoy volviendo loco por Nico y lo único que sé hacer es callarme, salir corriendo y esconderme porque no sé vivir sin este secreto.
Pero ella ya no sabía contestarme, porque hacía muchos años que ya no estaba, y si no se lo podía contar a ella entonces no se lo podía contar a nadie así que volví a echar la llave a mis pensamientos y a guardar la muestra de colonia en mi mochila.

Debo aceptar que no puedo llegar más lejos, y que en definitiva solo voy a estar aquí dos meses y no tiene ningún sentido jugármela por un enamoramiento tonto y pasajero. ¿De qué me serviría toda esta locura en enero cuando esté descansando en mi casa? ¿Cómo podría mantener algo más con él si después de esto me pasaré 3 meses en Nebraska? No entiendo cómo puedo tenerlo tan claro y a la vez no poder controlar esta debilidad, por qué no puedo olvidarme de su existencia si al final solo me hace mal.

Sé que no abrir a los demás las puertas de mis verdaderos sentimientos es engañarme y machacarme a mí mismo, pero al final si yo no protejo el castillo dejaré que todos me derrumben. Y es que al final, ni Nico estará a mi lado después de navidad ni Brenda podrá escucharme cuando quiera contarle que llevaba razón y que la necesitaba.

Llegué a mi habitación y miré los árboles que se ven por la ventana y allí estaban los pájaros volando alrededor, como todos aquellos gays disfrazados de Chueca que reían con sus pelucas y sus banderas. Y yo estaba aquí en mi habitación, encerrado y protegido. Con mis secretos, mis silencios, mis grises y mis sábanas sucias. Pero en el fondo seguía oliendo a vainilla aunque yo no quisiera.

A veces te sigo echando de menos.

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