España II o de “Cómo amar la normalidad”




Hoy tengo muchas ganas de escribir y no es porque tenga cosas que contar. Los días en Villasequilla pasan como siempre han sido: lentos, eternos y en silencio. Siempre ocurre lo mismo, nunca hay nada interesante que hacer y cada día es igual que el anterior. Si lo pienso bien, esto no es tan diferente a París, dónde una vez que has visto la Torre Eiffel todos los días son iguales, aunque la ventaja que me ofrece mi pueblo por el momento es estar en mi entorno. Ahora no tengo que decidir en qué idioma hablar, no poder expresar todo lo que quiero decir. Tampoco necesito una hora para ir a cualquier sitio y sobre todo tengo gente en casa con quien hablar.

La nueva normalidad ha llegado de repente y en realidad no me ha costado nada acostumbrarme a ella de nuevo. Quizá los primeros días haya estado sintiendo con una intensidad inusual. No solo el sabor de las cosas se ha incrementado, sino que la temperatura en la calle sigue siendo tan agradable como lo era en París hace semanas, el azul del cielo sigue intocable y el olor de las calles sigue teniendo un aroma especial. Ya no recorro avenidas, sino calles en las que a veces no caben dos coches que se cruzan. lo más alto que veo ahora es la torre de la iglesia, que no será más alta que la cuarta planta de las Galerías LaFayette, y el sonido de los coches en la autovía que pasa por detrás de la residencia ya no me molesta lo más mínimo porque sólo se escucha cacarear a las gallinas de Bernardo o ladrar a los galgos de caza que hay en el corral al lado de casa.

Sé que llegará un punto en el que vuelva a olvidarme de la intensidad de todas estas cosas y que querré de nuevo explorar nuevos horizontes, pero necesito tiempo para volver a descubrir estas raíces que tenía tan olvidadas por costumbre.

No sé muy bien dónde lo dejé pero sólo tengo un par de cosas que me han pasado en estas últimas horas. En estos sólo he hecho dos cosas. Antes de ayer estuve en Xanadú de compras con mi madre, que no se atrevía a ir a Primark sola conduciendo porque no tenemos ninguno cerca y tenemos que ir allí. Sólo compré un pijama porque el que me llevé a París tiene la goma rota, y algo de ropa térmica para llevar debajo de la normal y no tener que ir siempre pasando un frío horroroso, cosa que ya se empieza a notar ultimamente. Mi madre disfrutó como una loca de la tienda porque lo de ver ropa barata le pone la carne de gallina. El haber madrugado para ir de compras me obligó a echarme una siestecita, que ahora me sabe tan española.

Ayer estuve en la universidad, aunque tenía planes de hacer muchas más cosas de las que hice.
Lo primero de todo fue hacerme las fotos para la orla. Allí me colocaron mi toga, mi banda y el birrete americano. Después nos fuimos a comer y no me dio nada de tiempo para estar con Bego por lo que he tenido que posponer la cita para más adelante

Subí a mi querido Zocodover a comer, que tiene un encanto que no envidia a París. Estuve con las chicas de Cohen en el McDonalds (algo más barato que allí) y después me marché con Mari al centro comercial. Creo que después de mi casa, el centro comercial es el sitio al que más veces he ido en la semana que llevo aquí. Una vez allí encontré los pantalones de mi vida: unos chinos beige, pitillos y bastante estrechos de pernera, ideales para las “botas de hípica que me compré en Francia. El problema es que no había ni una 38 en ese color, sólo en gris. Consulté si lo había en la tienda del casco y no tuve suerte así que de todas maneras me acercaré mañana a buscarlo porque los jueves es cuando reponen. Si no siempre tengo la opción de buscarlo en Francia aunque allí la ropa es más cara.

Después del disgusto textil no compré nada y me fui a ver a mi prima Susana y a sus niños y tras pasar la tarde con ellos y hacer otra visita fugaz a mi tía Isa me volví a casa. Esta era otra de las cosas que tanto echaba de menos, el tener mil planes que hacer en un mismo día.

Planeo para mañana ir a Toledo y encontrarme con "la Tronka", que ni siquiera me pude despedir de ella cuando vine. Después de que esté un rato con ella tengo que ir a la uni a resolver algunos papeles y a tomar algo con Bego y luego intentaré que mi padre pase por Luz del Tajo para ver si compruebo lo de los pantalones (es lo que tiene no tener coche). Por la tarde iré con Eva a Factory para buscar algún vaquero barato y el posible disfraz de Halloween y por la noche toca cena con Pazos, Marian y Elia. Seguramente mañana no haga ni la mitad de cosas que tengo que hacer pero aún así merece la pena estar aquí.

En el ecuador de mis vacaciones por España ya me voy planteando que tengo que volver a la realidad y que París está a la vuelta de la esquina. Y sinceramente tengo sentimientos encontrados, pero alargaría un poquito más estos días porque todavía no quiero volver. Después de estos días excepcionales en los que el cariño de la gente es incluso mayor de lo normal, tendré que volver a enfrentarme a la soledad de mi habitación, al seguir buscando gente con la que distraerme y a la dieta de arroz y pasta que me he impuesto. Y además supongo que la universidad comenzará ahora con mucha más normalidad así que los madrugones, las horas de metro y las caminatas constantes también empezarán a ser habituales, así como un frío que hasta ahora no he experimentado. Os podrá parecer una locura y posiblemente lo sea, pero estas experiencias sirven para darte cuenta de que a veces lo que anhelas está más cerca de lo que piensas.

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