París 3 o de “Cómo encontrar al amor de mi vida”.

paris y nebraska


El día después de la fiesta en la cocina para decidir los puntos de nuestra lista me desperté hecho mierda, supongo que gracias a las 4 copas del Martini falso que compré en Auchan. Además me levanté pronto para mis costumbres, a las 11.30 porque he tomado una decisión drástica respecto a los horarios: voy a madrugar todos los días para no despertarme cuando esté anocheciendo. Era o eso o adelantar mi reloj un par de horas para creer que son las 2 de la tarde cuando sean las 12 y ver que anochece a las 7.30; pero lo descarté porque no quiero llegar 2 horas antes a los sitios. Como ya dije, el cambio de hora aquí ha sido brutal porque si ya de por sí me cuesta acostumbrarme a que en España empiece a anochecer a las 6, ver cómo aquí lo hace a las 4:30 es muy frustrante.

El plan del día era ir a La Defénse, con Inga y Loren (que no Lorena) para ver un par de tiendas y tuvimos que aplazarlo a la tarde porque debido a la lluvia no podíamos hacer picnic después.

Inga quería comprarse un abrigo que calentara, ya que lo va a necesitar; y para su mala suerte y la mía también, el único que se compró algo fui yo. Era H&M, y a mí me encanta la marca por su variedad y su precio, incluso en Francia. La americana negra con solapas de raso colocada nada mássubir la escalera me estaba mirando fijamente. Yo tuve que ir a buscarla y cuando vi que costaba 30€ fue irremediable que me la llevara a casa. Eso junto con el pantalón beige que compré (y que ya se me ha manchado) ha completado mi cupo de caprichos por el momento.

Decidimos volver a la residencia para cambiarnos de ropa y dejar mi bolsa, y por fin marchamos al cine al encuentro con el resto. Finalmente llegamos a ser 9 personas entre unos y otros, aunque yo no conocía a la mitad. Aún así, cuando llegamos al cine no había plazas para entrar a ver la película y tardamos un rato en decidir qué hacer. Tocó caminar bajo la lluvia para buscar un bar con una buena "Happy hour" para que no nos saliera demasiado caro, aunque creo que acabamos en el que tenía los precios más caros dentro de la franja horaria barata. Yo llegué calado por el agua, porque no había cogido paraguas confiando en que no lloviera mucho.

Llevaba puesta la americana, pero justo debajo de mi abrigo porque con el frío no se podía ir de otra manera. Tuvimos que estar en la terraza porque no había sitio dentro, y aunque estaba cubierta y con radiadores no había quién se quitara la chaqueta. Definitivamente no me había servido de nada estrenar ropa y el frío de la ciudad no me estaba ofreciendo la mejor noche de mi vida.

Después de aquello, algunos querían fiesta, pero yo lo único que quería era irme a mi habitación y quedarme cerca del radiador. Aprovechando que Loren tenía dolor de cabeza, conseguí que Inga, ella y yo nos volviéramos a Nanterre para hacer cualquier otra cosa. Con un paraguas para los tres tuvimos que sobrevivir al diluvio universal y a mí me tocó pasarme el secador en cuanto llegué porque estaba empapado hasta los huesos. Teníamos pensado charlar un rato los tres en mi habitación después de aquello pero finalmente Inga estaba muy cansada y Loren no apareció, lo cual en realidad agradecí.

Con todo eso me fui a la cama a las 2 de la mañana de un sábado noche que para mí significaba una cuenta atrás, pasado éste, ya sólo son 5 fines de semana los que mi hígado tiene para reponerse antes de que vuelva a darlo todo con mis amigas en la discoteca del pueblo. Empecé a leer un libro llamado "El secreto del rey cautivo", y paradójicamente trata sobre la Guerra de la Independencia de 1808. Para quien no lo recuerde, fue la guerra que los españoles iniciaron contra los franceses para recuperar su independencia. Prometo que no me traje ese libro adrede pensando en aniquilar gabachos por doquier, pero a medida que iba leyendo todo me parecía muy metafórico.

Hoy me he despertado a las 10 y media. Han venido Inga, Emmi y una chica de un país africano que no recuerdo para ver si le podía instalar a esta última un programa parecido al Ares. El problema que tenía era que aunque le tenía descargado no podía bajar ningún archivo. Le he tenido que explicar en un francés precario de primera hora de la mañana que en la residencia ese programa no funciona y que es ilegal.

Después he subido a la cocina para desayunar con Emmi e Inga, y cuando han visto que sólo desayuno un zumo de naranja les ha hecho mucha gracia. Sinceramente, yo no estaba de muy buen humor, y precisamente cuando tengo tantas ganas de que acabe esto, lo que menos gracia me hace son las bromas sobre mis hábitos españoles. Superado el desayuno me he quedado en la residencia hasta la hora de la comida, que ha sido a la 1, para ir después con Inga hasta Ópera y encontrarnos con Emmi y su nueva amiga finlandesa. Nos han traído buenas noticias porque parece ser que el próximo miércoles vamos a quedar con los amigos Erasmus de ella, entre los que se encuentran una española y tres italianos. Esto me ha alegrado bastante el día porque nunca está de más hablar un poco de castellano. La amiga se ha ido y los tres hemos vuelto al cine de la noche anterior para ver la película a las 4 y media de la tarde. Para mí eso no eran horas para ir a ver una película, porque hay luz solar y es preferible aprovecharla aunque sea estando en la calle, pero estas chicas del norte no valoran que el sol da alegría y al final he tenido que ceder. Por fortuna hoy también estaba completo así que nos hemos dedicado a pasear. París estaba gris, y aunque no llovía, el cielo estaba cubierto por una masa espesa de nubes que dejaban caer pocos rayos al Boulevard des Italiens. Es curioso que desde que he vuelto a París no hemos vuelto a tener un día soleado como tal, parece que el tiempo acompaña a mis emociones o viceversa. Hemos caminado bastante hasta el Museo Gourmand, que trata de la elaboración y degustación del chocolate, pero como costaba entrar 8€ nos hemos conformado con ver la tienda de souvenirs. Es lo que tiene ser pobres estudiantes.

A la vuelta hemos parado en La Defénse para echar otro ojo a las tiendas en busca del ansiado abrigo de Inga, y finalmente lo hemos encontrado en Etam, que es una tienda de lencería que aparte tiene algunas prendas de ropa normal. Con un abrigo de más y 90€ de menos Inga volvía radiante, y los tres volvíamos a la habitación para ver una película en alguna habitación.

Las opciones eran una de Jennifer Aniston que Emmi detesta, "Postdata te quiero" o "El diario de Noa". Hemos elegido la última ya que Emmi no la había visto, y Lorena se nos ha unido a pesar de que la ha visto muchas veces.

Supongo que la mayoría habrá visto esta conocidísima película, pero por sí no lo habéis hecho os hago un pequeño resumen sin contar el final: Dos ancianos se encuentran en una residencia, un hombre que sufre del corazón y una mujer con demencia senil. Él va todos los días a la habitación de ella para leerle el "Diario de Noah" y de esa manera ayudar a la mujer a curarse de su enfermedad intentando que recuerde la historia cada día.  La historia del diario es sobre dos jóvenes de la América de los años 40 que se conocen y se enamoran, pero al acabar el verano ella debe volver a su vida de lujos y él debe quedarse en el pueblo trabajando. Él la escribe cartas cada día durante un año, pero la madre de ella, que se opone a su relación, las esconde día tras día. Siete años después ella va a visitar a Noah, el joven, unos días antes de contraer matrimonio con un militar, y debe decidir qué hacer con su vida y sus sentimientos.

A pesar de lo predecible que parece, es una película que en cierto momento sorprende, y ocurren cosas que no esperas, pero lógicamente el final es de los que te dejan un poco memo. Y en mis circunstancias, ponerse memo no es la mejor solución para levantar el ánimo. Emmi ha empezado a llorar como una loca, y para alegrarse un poco han decidido que viéramos "Los padres de ella". Debido a la depresión que me estaba entrando en ese momento he dicho que no y en pocos minutos me he quedado solo, con la pena de la película y sin saber qué hacer.

Finalmente he acabado llamado a mi madre y le he estado contando que no sé qué hacer con Nebraska porque a pesar de que algunos días estoy más animado que otros, sigo sin tener el convencimiento claro de lo que quiero y debo hacer.

Mi madre no tiene tantas dudas al respecto y cree que debo irme sin pensarlo, porque puede abrirme otras oportunidades y ser una experiencia diferente a la de París. Y eso me lo dice aunque sabe que les va a suponer un gran esfuerzo económico durante los próximos tres meses, y que posiblemente eso signifique que tenga que comprarse menos ropa o perderse alguna cena fuera de casa. Aunque sepa que cada euro de ese viaje saldrá de los madrugones de mi padre me dice que tengo que hacerlo. Me dice que compre leche para desayunar y que no me levante tan tarde. Me explica cuántos minutos tengo que poner a hervir el arroz para que se quede en su punto y me enseña cómo tengo que quitar las manchas de grasa del pantalón que compré aquí y que manché al día siguiente, y me dice que si no se quitan luego me la lava ella con la lavadora. Me regaña cuando le digo que no voy a clase y que compre jamón en vez de salchichón porque no pasa nada si es más caro.

Y entonces me doy cuenta de cuánto la echo de menos cuando me pongo enfermo aquí y de cómo me viene su recuerdo cuando huelo las camisas porque mi madre siempre huele a suavizante. Pienso en lo poco que me doy cuenta de cómo es su vida mientras limpio el baño y ella lo lleva haciendo durante toda su vida siendo invisible. Pienso en ella cuando cocino y recuerdo el olor de la cocina de mi casa cuando hacía croquetas con las sobras del cocido o cuando hace pasta a ojo porque nunca la ha probado. La recuerdo ahí, sentada en el sofá viendo su serie favorita, muriéndose de la risa con esas carcajadas tan escandalosas que ha heredado de mi abuela. Pienso en ella porque es la única que cuando tengo aquí un mal día, consigue animarme aunque sea por teléfono, y hace que las nubes del cielo desaparezcan.

Ahora que he llegado a París, a la ciudad del amor, me he dado cuenta de que he encontrado al amor de mi vida y ya la conocía. El amor de mi vida es mi madre, porque nadie me quiere como ella y nadie la quiere como yo. Porque madre no hay más que una y a París me lo encontré en la calle.

No sé si me iré a Nebraska o no, pero de una madre uno nunca se va del todo por muy lejos que esté.

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