París XI o de “Cómo desayunar con diamantes”



El otro día por la noche estuve hablando con Laura, una chica de Barcelona que he conocido online y que está haciendo el Erasmus aquí, y se nos ocurrió la idea de ir un día a Monmartre para fotografiarnos haciendo escenas de la famosa película Ameliè. Es uno de esos planes tontos que se pueden hacer sin mucho esfuerzo y sin dinero, lo cual es genial en una ciudad tan cara. Fue tanta la ilusión que me hizo este plan que decidí hacer lo mismo con otras películas que me encantan. Cómo no, se me vino a la cabeza una de las escenas más conocidas de la historia del cine y también una de mis favoritas

Nueva York. 6.30 de la mañana. La calle está absolutamente vacía excepto por un taxi que se acerca desde la lejanía. Cuando se encuentra en un primer plano se abre la puerta trasera derecha y de él desciende la señorita Holly Golightly. Lleva un vestido de noche negro, de Gyvenchi. Se acerca hacia el escaparate de Tiffany & Co. y mientras admira las joyas saca un croissant de una bolsa y lo toma para desayunar después de haber pasado toda la noche fuera.

Así es como empieza "Desayuno con diamantes" por lo que me puse a buscar a toda prisa dónde se encontraba la tienda de Tiffany & Co. más cercana en París. Cerca de la parada de metro de Auber y Opera está la Rue de la Paix, donde están las joyerías más exclusivas del mundo. Allí en el número 6 se encuentra mi joyería, donde ayer decidí ir a desayunar. Ya conocía la zona porque es dónde fui con Lorena a buscar las oficinas de los bancos españoles, aunque no cruzamos esa calle en concreto.

Mi desayuno de ese día fue casi una merienda porque en realidad llegué allí a las 4 y media de la tarde. Me bajé en el metro de Auber y me metí a la sección masculina de Galerías LaFayette, unos grandes almacenes como El Corte Inglés pero el doble de caro porque sólo hay marcas y la mayoría de lujo. Yo iba muy esperanzado en poder encontrar allí una botas de agua para la lluvia pero una vez más no hubo manera. Volví a salir a la calle para dirigirme a mi destino principal, vestido entero de negro, con cuello alto y gafas de sol. Me perdí un poco por el centro comercial Primtemps hasta encontrar mi calle pero finalmente allí estaba. Tuve que atravesar Cartier, y otras joyerías que ni siquiera conozco y tras recorrer la calle casi entera lo encontré. Entonces me puse los cascos buscando a Henry Mancini y su “Moonriver" y dejé que la música hiciera magia.

La melodía empezó a sonar mientras yo miraba anillos y gargantillas de precios insultantes para mi bolsillo y para el de la mayoría, y fue entonces cuando decidí sacar el croissant de mi mochila. Eran las 5 de la tarde, estaba todavía en ayunas, enfrente de Tiffany & Co. y con "Moonriver" de fondo. El bollo fue el mejor que me he comido en mi vida, sabía a mantequilla más que nunca. Hubo alguno que incluso me miró con curiosidad sabiendo lo que estaba recreando.

Acabé mi desayuno de media tarde y la canción también se acabó. Fueron apenas 3 minutos en los que me sentí realmente feliz frente a ese escaparate, viviendo mi fantasía parisina. Prometo que cada vez que tenga un día rojo iré a desayunar allí a las 5 de la tarde para volver a sentirme un poco Holly.

Después de aquel arrebato de romanticismo volví a Marc Jacobs a ver si estaban las botas de agua negras que no encontré el día de la fiesta. Efectivamente esta vez las encontré, estaban expuestas las del número 48. Miré todos los colores y era el único número que había para todos los modelos. Pregunté a los dependientes con pintas de leñadores noruegos si tenían el 43 pero me dijeron que no sin pensárselo mucho. Cualquiera diría que no me quieren vender las botas, porque no se puede decir que sean muy simpáticos. Mi amiga inglesa Lindsay se admiraba de que en España los dependientes fueran tan amables en todas las tiendas, incluso Roxanne, la chica que conocimos en la fiesta Vogue, se sorprendió cuando vio que el dependiente de Prada fue muy amable conmigo cuando pregunté por el precio de unos zapatos, así que debe ser que aquí no acostumbran a ser simpáticos. Después del rechazo me fui a Aigle, una tienda de complementos para la lluvia que encontré en una web sobre París. Tenían cientos de botas de agua de todas las alturas y colores tal y como yo andaba buscando. Las más baratas eran a 80€ por lo que no pasé de la puerta.

Por la noche tenía planazo: fiesta en barco a orillas del Sena. Después del chasco en la Mix no es que me muera de ganas de volver a probar, pero lo cierto es que esto no suena a fiesta Erasmus. El problema es que estuve incomunicado todo el día, así que no pude quedar con nadie para ir y me tuve que quedar a explorar el Tuenti toda la noche sin saber muy bien si alguien había ido. Después de un plan tan brutal hoy me he levantado tardísimo sin nada pensado para hoy.

Tenía en mente ir al Louvre o al museo de Orsay pero al final Lorena y yo hemos decidido ir al Marais. El Marais es supuestamente el barrio gay de París y a la vez el barrio judío, aunque no sé muy bien cómo casar estas dos cosas. Los edificios son viejos y muy mal cuidados, cosa que contrasta con las exclusivas y elegantes tiendas de los pisos bajos de cada edificio. No había mucha gente por la zona, sólo en un par de bares que parecía estar concentrado todo el mundo. No se veía a mucha gente vestida de manera llamativa, al menos no tanta como se puede en la zona gay de Madrid, y lo único que te hacía saber que estabas en un barrio gay eran dos banderas pequeñas colgadas de la ventana de un bar de diseño. En esa misma calle había un Salón de diseño, una especia de feria de jóvenes creadores en los que sólo hemos visto abrigos de felpa, bisutería de hojalata y lámparas de papel, algo así como la feria de artesanía de Toledo en versión reducida.

Algo más abajo hemos encontrado una de las calles que llevo queriendo visitar mucho tiempo. La Rue des Rosiers da paso a la zona judía de París como os dije antes. No tiene ninguna sinagoga como ocurre en Toledo pero está lleno de restaurantes de comida rápida judía sirviendo falafel sin parar y un montón de puestecillos improvisados donde vendían una fruta con aspecto exótico que no he podido identificar.

Para acabar el día nos hemos acercado a Nôtre Damme a coger el metro y he tenido que parar 50 veces para tomar fotos de la puesta de sol porque era impresionante. Por el camino, unos músicos con saxo incluido han abarcado un puente peatonal detrás de la catedral y tenían a todo el mundo atento y ensimismado. Esta ciudad tiene momentos así que te dejan parado en el sitio si sabes disfrutarlos.

Finalmente un poco de cena en la cocina y para disgusto nuestro nos enteramos de que mañana hay que ir a clase. Será el primer día y tendré que enfrentarme a nuevos compañeros, nuevos profesores, nueva universidad y sobre todo al francés. ¿Preparado para no enterarme de nada? No, la verdad es que no. Ahora toca un poco sentirse bicho raro hasta que me haga con la situación. De todas maneras si tengo un día rojo, siempre puedo ir a desayunar por la tarde a Tiffany's.

Un abrazo!”

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