París VIII o de “Cómo ser un ciudadano del mundo en París”

 
Los días de vacaciones avanzan y las ocupaciones aquí son pocas y a la vez numerosas. Ayer estuvimos en la residencia todo el día pero ya se va notando cierta familiaridad con la gente que vamos conociendo. Todas las Erasmus a excepción de Juliana la alemana (pronunciado Yuliana aunque Lorena se empeña en llamarla Juliana con si fuera una señora mayor de mi pueblo) viven en la misma residencia que yo, así que al menos los siete podemos vernos por aquí en nuestros ratos muertos. Lorena y yo somos los únicos que vivimos en la primera planta, Inga vive en la tercera y Emmi en la cuarta. Las checas no tengo mucha idea porque van un poco a su aire y no parecen tan dispuestas a hacer grupo.

La mayor parte del tiempo, la cocina es el centro de reuniones y ya vamos conociendo a gente que vive en la residencia pero que no estudia con nosotros. Rami es un chico libanés que lleva varios años en París y que estudia en la universidad donde vivimos. Es bajito, con un precioso pelo rizado que acompañan a sus rasgos orientales. Estudia Derecho y a pesar del poco tiempo que llevamos aquí se ha ganado nuestra confianza muy rápido. Es muy abierto y cuando cocina deja un olor especial a comida libanesa. Vive en mi misma planta, a 3 puertas de mi habitación. También está Yohann, que es de los pocos franceses nativos que hay por aquí y curiosamente hace los años el mismo día que yo. Es rubio, ojos azules y aspecto espigado, más callado que Rami menos cuando se trata de hablar de deporte. También está Loren, la benjamina del grupo. Tiene 18 años y es la isla francesa de La Reunión, al sur de África. Son una pequeña colonia perteneciente a Francia aunque para ella es la primera vez que viene aquí. Estará aquí durante 5 años sin volver a casa más que en verano porque el viaje hasta allí es demasiado caro para hacerlo con frecuencia. Vive justo enfrente de mí y su color de piel tostado contrasta con la intensa mirada verde agua que le ilumina la cara.

Aunque la cocina sea un verdadero asco, es genial poder pasar momentos aquí con personas tan diferentes y de lugares tan lejanos, aunque para mí es más bien un intenso ejercicio de escuchar francés y tratar de comprender el 1% de lo que me dicen. Poco a poco voy mejorando pero no deja de ser difícil. Al menos estoy aprendiendo más que Lorena, que creo que aún no sabe decir nada.

La interculturalidad no solo está presente en la residencia, sino más bien por todas partes. París está lleno de inmigrantes de todas partes pero en especial de las antiguas colonias africanas que fueron invadidas por los franceses. Pero debido a que llevan aquí asentados varias generaciones, la brecha entre nativos e inmigrantes no es tan evidente como lo es en España. Aquí es mucho más fácil ver a gente negra con traje de chaqueta y maletín de lo que sería en Madrid, aunque lo que más me llama la atención es las impresionantes vestimentas de las africanas, cubiertas de preciosas telas estampadas y con enormes pañuelos recogiendo su pelo, que parecieran traídas directamente del corazón de África. Sus pieles oscuras y brillantes y las pelucas maravillosas con las que van vestidas me hacen admirarlas mientras viajo en el metro al centro de la ciudad.

Aquí da igual quien seas y de dónde vengas porque la variedad es tal que esta ciudad no deja de ser una pequeña representación del mundo, pero bien vestido.

Esta ciudad tan llena de vida y culturas ha sido nuestro plan de hoy. Después haber llegado a Museo Pompidou en mi primer día, llevo un tiempo insistiendo en que vengamos a visitarlo por dentro. Es el Centro de Arte Moderno de París y por lo visto tiene obras muy importantes aunque yo no tengo mucha idea de este tipo de arte.

Lorena se vino conmigo y habíamos oído que para los europeos menores de 30 era gratuito así que esperábamos que hablaran español allí para no tener problemas en explicarnos. El museo tiene un hall de entrada espectacular, tan grande como el de una estación. Tras un rato haciendo cola conseguimos que nos dieran entradas gratis pero nos dijeron que para la próxima necesitamos un carnet especial que acredite nuestra condición de jóvenes.

Subimos las escaleras mecánicas y una vez llegamos al comienzo de la exposición empezamos a caminar entre las obras a un ritmo ligero. A mí me encanta el arte, pero ver estas cosas sin un guía que te haga comprender lo que estás viendo es un rollo, porque la mayoría de los objetos me parecen cosas sin sentido y muchas de las pinturas parecen estar hechas en 5 minutos. No he sido capaz de reconocer ningún cuadro o escultura en este breve paseo que nos hemos dado y Lorena estaba aburrida como una ostra, así que después de haber visto unos cuadros de posturas sexuales hemos decidido subir hasta la terraza del edificio para ver la vista desde allí.

La última planta es una cafetería y se accede a través de los tubos futuristas que se ven desde la esplanada de fuera. Una vez arriba estuvimos un rato observando los tejados grises de París, la silueta escondida de la Torre Eiffel y las nubes sobrevolando la ciudad. Estuvimos allí casi más tiempo que en el museo admirando este lugar que es una obra de arte en sí. La contradicción de París es que es tan dura y a la vez tan bella que no sabes si quieres quedarte para siempre o salir de allí corriendo. Supongo que es en lo que basan muchas relaciones de pareja.

Después de este paseo tan entretenido con Lorena y sus cosas, hemos vuelto a la residencia habiendo contado un día más en nuestro calendario, a la espera de comenzar las clases y de terminar de aprovechar estar vacaciones inesperadas donde el buen tiempo nos sigue acompañando casi siempre.

Ahora volveremos un rato a la cocina para cenar y volver a sentirnos nuevamente un ciudadano del mundo en París, sin nombre, sin procedencia y sin color en la piel, solo una pincelada diferente más en este gran cuadro.

Que descanséis ;)

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