París 8 o de “Cómo recuperar la conexión”

paris y nebraska


Internet es esa enorme herramienta que nos sirve para encontrar información y estar conectados con un montón de personas. El problema que tiene es que cuando menos te lo esperas te falla la conexión y entonces parece que te quedas mudo, lejos de todos los demás, desconectado del mundo. Esto a veces nos pasa a todos, pero si se extiende demasiado en el tiempo no te queda otra que entrar en otra red: a la vida real. Día a día hemos creado una red real que nos conecta con nuestra familia, amigos, vecinos, compañeros y conocidos. Pero, ¿y si la conexión que nos falla es esta última?

Tras mi avería con internet en la habitación y mi reclamación en recepción me dijeron que esperara a que viniera el técnico el martes. Pero pasar un fin de semana entero sin poder conectarme a internet era una idea tan triste como irritante. En cierta medida, mi bienestar aquí depende un poco de esto, es el canal por donde se escapan mis pensamientos viendo series, escribiendo este blog y leyendo tonterías. Además el Skype hace una función vital para hablar con la familia cada pocos días y levantar el ánimo.

Con ese lío de desconexión montado, la tarde del jueves se presentaba eterna. Lorena tuvo la idea de que fuéramos a las 4 al Parque de Luxemburgo con Loren. Yo estuve en la habitación de esta última actualizando el blog y mirando el Tuenti, y finalmente Lorena apareció a llamarnos a las 5 y media, como es habitual en ella. A la salida de la residencia nos encontramos a Ambra, la amiga italiana de Loren, que nos acompañó en el tren hasta la estación de Chatelet-Les Halles.

Ambra iba a comprar ropa y nos dijo que nos diéramos prisa en ir al parque porque posiblemente estaría cerrado a las 6 y media.

En el tren, un chico sentado a mi lado con una bufanda del Rayo Vallecano, iba mandando mensajes con su móvil y leyendo algunos apuntes en francés. Lógicamente era español, y tenía toda la cara de ello, pero creo que fui el único que se percató. Y digo esto porque Lorena, sentada frente a mí, empezó a hablar de todos los temas escatológicos posibles. Primero fue una conversación sobre orinar, seguida por una sobre la diarrea para acabar finalmente con la menstruación. Yo no paraba de repetir que parara de decir esas cosas que la iba a entender alguien, mientras que ella con su relajación de siempre opinaba que nadie hablaba español. A la salida del tren le revelé el origen del chico y lo único que me dijo fue: ¿Y por qué no me lo has dicho antes?

Cuando llegamos al parque, vimos que Ambra se había equivocado con el horario. El cierre en invierno no es a las 18.30 sino a las 16.45. Ya apuntaban las 6 de la tarde y estábamos metidos en la más oscura de las noches, así que nos metimos a cenar a McDonalds justo enfrente del parque. Después nos acercamos al Panteón con las esperanzas de Lorena en que estuviera abierto, pero no fue así.

Así que finalmente acabamos en Saint Michel, caminando por la Rue Huchette entre bares y restaurantes de todo el mundo. La suerte sonrió a Lorena que pudo ver cómo el rubio que tanto la inspira, hizo un espectáculo en la Plaza Saint-Michel como los que hace por todo París.

Volvimos a la residencia y yo me fui directamente a la habitación de Inga. Ella estaba con una amiga que ha venido de visita, y estuvimos charlando un buen rato. Al comentar mi problema con Internet, Inga me dijo que le preguntara a Rami, porque él sabe un código para el wifi. Me presenté ipsofacto en su habitación y me dio todos los datos necesarios para conectarme y ¡bingo!. Internet volvió a su sitio, aunque no puedo ver tv porque tarda demasiado en cargarse. De todas maneras volvía a estar conectado a la red para hacer lo que quisiera, y mi primer objetivo era Skype. No quería hablar en ese momento, sino contratar una tarifa plana que por 5 euros al mes te da llamadas ilimitadas. Tras haberlo contratado empecé a probarlo sin ningún problema llamando a mi madre. Pero después de mi madre vino mi tía Toñi, que me dio el teléfono fijo de mi prima Carolina porque mi prima Susana estaba allí con ella.

Después de mis dos primas fue el turno de mi abuela, que tras 15 minutos me dio vía libre para llamar a la Pazos. Cuando acabé con ésta, me puse con Elena que estaba en Madrid sin salir y cuando colgué hice balance. Había empezado a hablar a las 11.30 y ya eran las 3 y algo. Había estado al teléfono cuatro horas y media, solo interrumpidas para marcar un nuevo número de teléfono.

La noche fue fugaz, no me di cuenta de la velocidad con la que había transcurrido todo y el reloj me obligó a irme a la cama inmediatamente, no sin antes leer mi capítulo de la Guerra de la Independencia.

A la mañana siguiente, lo primero que hice tras despertarme, fue volver a echar mano de Skype, y esta vez estuve un poco menos, tres horas y cuarto, hablando con mi madre, con Eva y con Diana. Entre tanto tuve tiempo para comer y para darme una ducha porque a las 6 nos íbamos a la famosa fiesta del barco en el Sena de la que tanto tiempo hemos hablado. Con desagrado descubrí que el desagüe estaba atascado de mierda y de que iba a tocar limpiar las tuberías,“pero en lugar de eso quité el filtro para que se fuera todo el agua y asunto solucionado.

Con el pelo lo más limpio que se puede llevar con este agua, la americana negra y un foulard, me marché con las chicas al piso de Juliana donde nos esperaba Nico. No es que sea un piso propiamente dicho, simplemente es una habitación en un sótano, más pequeña que la mía, con el baño comunitario, unos pasillos siniestros hasta llegar y un alquiler que supera el doble de lo que pago yo en Nanterre. Aún así, Juliana es la persona más optimista del mundo y no le importa todo eso, así que lo vive con despreocupación. Una vez allí, nos tentaron a hacer un experimento alemán. Juliana había comprado unos sobres, similares a los de pica-pica de los niños, que había que ponérselo en la boca y acto seguido, pegar un trago de vodka a palo seco. En la boca había que mezclarlo moviendo la cabeza hacia los lados y después te lo tragas. Cada sobre te permitía unos 3 tragos, y yo, demasiado valiente me tomé dos sobres. En cuestión de 30 segundos me había emborrachado completamente y la idea tampoco me desagradaba mucho.

A las 8 marchamos hacia el barco, y a la entrada nos encontramos con Lorena y un gigantesco alemán que la acompañaba. Entramos a explorar el sitio y acto seguido nos fuimos al buffet, que solo era de pasta. Estaba bastante rico y repetimos un par de veces hasta que empezamos con las copas. Yo tampoco quería acabar por los suelos, teniendo en cuenta que a la 1 teníamos que volver a casa para no perder el último tren, así que como un adolescente, empecé a beber Malibú con piña. Nadie de los que estaba allí excepto Lorena, conocía la mezcla, y gustó tanto a todo el mundo que hasta el alemán acabó pidiéndose otro.

A las 10 el barco empezó a navegar, llegando desde la estatua de la libertad hasta donde empieza la isla de Notre-Dame pasando previamente por la Torre Eiffel iluminada. Estábamos todos en la cubierta del barco, medio chispados y eufóricos y cada vez que pasábamos por debajo de un puente todo el mundo empezaba a gritar. Inga y su amiga no paraban de decir "Joder" "Que no, que no" "Vale, hombre" y todo lo que les saliera en español. Tanto es así que empezaron a preguntarme expresiones y acabaron gritando por todo el barco "Nosotros estamos follando" con un acento alemán que resultaba de lo más cómico.

Tras el paseíllo, volvimos al interior del barco a bailar y allí estuvimos hasta las doce y cuarto que empezamos a recoger los enseres para irnos a la estación. El viaje transcurrió con normalidad y la euforia dio paso al cansancio. Internet sólo me ocupó unos minutos antes de que cayera rendido en la cama para leer.

Me lo había pasado genial, y en parte había ayudado el hecho de pasar tanto tiempo hablando por teléfono. El haber estado más de dos horas con Eva me relajó, y cuando salí supe que unas estarían en el pueblo, otras en Madrid, que vamos a ir de compras, los últimos cotilleos del pueblo y al fin y al cabo, cómo sigue la vida por las Españas. Me sentí en casa, y aunque tenía la Torre Eiffel de frente, estaba más en mi pueblo que nunca.

Pasar un tiempo fuera de tu red de personas puede ser confuso y agotador en muchas ocasiones. Gastas tus energías en adaptarte a nuevas situaciones, lugares distintos, y todo eso te llena durante un tiempo pero pasada la euforia inicial empiezas a añorar las cosas de tu yo anterior. Porque al final pasar una noche divertida o ser feliz toda una vida tiene que ver muy poco con el lugar en el que estás sino más bien de estar donde quieres, aunque a veces sea mentalmente. Cuaderno de notas.

Nanterre X o de “Cómo guardar un secreto”

Tras la agitada noche que pasamos Nico y yo bajo las sábanas de mi cama en Nanterre mis planes cambiaron radicalmente y tuve que enfocarme que afrontar esta nueva realidad de una manera factible y que no supusiera exponerme más de la cuenta. Por ello en cuanto pude hablé de nuevo con él para pedirle que respetara un par de puntos sobre mí de manera que nadie me descubriera. Era necesario por una parte que no se lo contara a nadie, después que no tuviéramos una actitud comprometida delante de la gente que nos conoce para que no sospecharan que soy gay y finalmente ser conscientes de que una vez que vuelva a España, el futuro será muy incierto para nosotros dos juntos. Él naturalmente lo aceptó todo y me dijo que no me preocuparía y que haría todo lo necesario para que yo estuviera bien, así que así los dos teníamos lo que queríamos.

La primera prueba de fuego fue ir juntos a la fiesta del barco con todas las chicas. Yo estaba un poco preocupado, como es normal en mi mente calculadora y tenía un poco de miedo de que mis erasmusas sospecharan algo. Además había tenido una semana de montaña rusa emocional tras el subidón de acostarme con Nico, el bajón de estar días sin internet, el miedo a lo que pudiera pasar, la nostalgia por volver a casa y cualquier otro sentimiento que exista y que seguro que se cruzó por mi cabeza.

Llegué con mis compañeras a la habitación de Juliana en el centro de París a excepción de Lorena que tenía otros planes y llegaría más tarde. Al poco rato llegó Nico y empezamos a beber, reír y hablar en todos los idiomas que sabíamos. El alcohol se nos subía a la cabeza con bastante rapidez y la verdad es que lo estábamos pasando genial. Nico fue todo lo discreto que debía ser y allí estaba yo, feliz por un rato corto, disfrutando de toda esa gente de tantos sitios diferentes y mirando cada dos minutos de reojo al chico más guapo de París, que me devolvía la mirada mientras todos los demás ignoraban lo que se escondía tras nuestros ojos.

Y después llegamos al barco y seguimos bebiendo y comiendo. Lo cierto es que el lugar era muy especial y nunca había hecho nada parecido y la sensación de que estuviéramos Nico y yo allí juntos, hablando sin parar y moviéndonos por toda la cubierta me hacía estar muerto de miedo y excitado a la vez, nervioso como siempre y disfrutando como nunca.

Pasado el rato, el barco comenzó a navegar. Allí estaba yo con Inga al lado y Nico al otro y justo mientras pasábamos por debajo del Puente de Jena, el que está justo enfrente de la torre Eiffel, el monumento más famoso de París se iluminó con pequeñas luces destelleantes porque era la hora en punto. No me podía creer que estuviera viviendo ese momento con esas personas y que hubiera llegado tan lejos. Me sentía pleno, y aunque lo mío con Nico fuera un secreto, ya había aprendido a vivir teniendo otro toda mi vida.

Las horas en el barco pasaron veloces y pronto nos tocó volver a la residencia habiendo gastado un día más en Francia. Me despedí de Nico con toda normalidad, como simples conocidos al igual que hicieron mis compañeras y nos metimos en nuestro viejo vagón de metro hasta Nanterre. Por fin llegamos a nuestras habitaciones pero antes de que me diera tiempo a hacer nada llamaron a la puerta. Me asomé con intriga, pensando que sería Lorena con alguna historia de las suyas pero allí estaba Nico.

Le pregunté que qué hacía allí y me contestó que no podía irse a casa sin un beso de despedida. Lo metí en mi habitación para darle ese beso y también para que nadie lo viera allí a esas horas, sobre todo mis compañeras. Y entonces me besó.

Pero el beso de despedida que había venido a buscar fue seguido por otros ciento veinte besos más y cuando me quise dar cuenta la ropa ya estaba por los suelos. Repetimos todo lo que habíamos hecho hasta ahora pero mucho mejor y volví a descubrir las sensaciones que me estaba perdiendo en todos estos años. Aunque parecíamos no tener bastante, acabamos quedándonos sin aliento y con los ojos en blanco.

Mi chico de ojos verdes se fue volviendo a besarme una última vez y dejándome con las ganas de que volviera todas las noches.


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