París 10 de “Cómo atravesar el ecuador”

paris y nebraska


Escribo en un día que para mí es ciertamente especial. Hoy es la noche del miércoles al jueves, me pasan a quedar 21 días en lugar de 22; y ya habré estado aquí 22 en lugar de 21. Eso significa que me encuentro justamente en el ecuador del viaje, me quedan los mismos días que llevo aquí, 3 semanas de las 6 que tenía que aguantar. Cuando ya has pasado esta barrera, todo se empieza a ver de otro modo, e incluso hay que empezar a despedirse de ciertas cosas. Esto crea un cierto sentimiento de pena que no llega a ser tan grande como las ganas de irme. Pero, ¿cómo se puede compaginar la pena de irse con la alegría de llegar?

A las 6 de la mañana del martes, el despertador sonó para obligarme a ir a clase. Y le hice caso y me puse a prepararme para mi última semana de clase como tal. Después de estos días tendremos más vacaciones para preparar nuestra presentación final sobre nuestro Erasmus frente a un tribunal. Lorena no estaba en facebook, y sólo la oí a través de su puerta diciendo que no iba a ir a clase porque estaba mala. Ella siempre tiene esa enfermedad que le entra los martes y que se cura el jueves, e incluso algún miércoles por la noche le da un respiro para que pueda visitar alguna discoteca. Me costó convencerla mientras que yo ordenaba mi habitación para la visita del informático que tenía que arreglar mi ordenador y finalmente nos marchamos camino de la estación.

Lorena, su enfermedad y yo, llegamos con 15 minutos de retraso a la clase de inglés para principiantes, y yo realmente es en la que más disfruto. Mientras ella se dormía por momentos yo iba haciendo los ejercicios y cuando acabó la clase pidió perdón a la profesora alegando que no se encontraba bien (es lo normal cuando has dormido dos horas y sólo has cenado un vaso de leche). Le dimos nuestras hojas a la profesora para que firmara nuestra asistencia, y yo con un poco de cara dura le pedí que firmara otra hoja por el primer día que fuimos a clase. Ella lo hizo sin rechistar y yo lo agradecí, pero a Lorena no le pareció suficiente. Tanto que decidió pedirle que le firmara cuatro semanas, como si en realidad ella hubiera ido a clase 4 días y lo cierto es que hemos estado 2. Lo sorprendente del caso es que ella accedió, no sé si porque no estaba comprendiendo bien la situación o porque se quiso compadecer de una "pobre española" en estado terminal.

Después nos separamos, ella para ir a Gimnasia con las alemanas y yo para asistir a mi primera clase de Didáctica Inglesa (primera y penúltima). La clase, a pesar de estar dirigida a la enseñanza del inglés, se imparte en francés, cosa bastante chocante teniendo en cuenta que en España pensamos que somos los únicos que enseñamos inglés en español y que en Europa nos llevan siglos de ventaja. Aquí, en el corazón de Europa, los universitarios no tienen el nivel de inglés necesario para escuchar una clase de 2 horas en inglés. Salí hambriento de allí y me encontré con que en el comedor había pescado para comer, pero en aquel momento hubiera comido saltamontes. Comí con Nico y las chicas sin parar y no dejé ni las migas, pero Lorena y Juliana no nos dejaron reposar la comida y llegué a trompicones a la parada del autobús de vuelta a casa.

Juliana entró con nosotros hasta la residencia para acompañar a Lorena y ocuparse de que descansara, ya que ésta le estaba echando bastante cuento al asunto para que alguien le diera un mínimo de cariño. Lo pintó todo tan mal incluso en clase de Gimnasia que le dejaron salir una hora antes y le recomendaron que no volviera a clase en toda la semana. Ella se lo tomó como un Real Decreto y alegó que no va a ir más a clase porque así se lo han dicho.

Mi final de martes pasó en la cocina, tomando una especie de tortilla checa llamada "bramboraky" que no es comparable a la tortilla de patatas pero que puede ser aceptada como aperitivo. Habiendo cenado gratis me vine a dormir una noche más de tantas pasadas junto a mi libro. Pero la noche no acabó para mí ya que un sueño iba a hacer que mi noche fuera terrible.

Yo estaba en Villasequilla y sólo tenía la compañía de Lourdes y su coche rojo. Recuerdo perfectamente como el final de la calle Arenal estaba cortado por obras en una casa, a lo que ella me contó que un señor estaba haciendo una obra preciosa en su casa y estaba cortado porque nadie podía verlo, pero que ella se había colado y tenía fotos en exclusiva para cotillear sobre el tema. Pero yo con total tristeza vi como atardecía y me despedía de Lourdes muy triste, porque era domingo por la noche y yo, de madrugada, debía coger un vuelo que me traía de vuelta a París. Yo me auto-consolaba pensando que solo quedaban 3 semanas y que no sería tan duro, pero el hecho de pensar que tenía que volver a adaptarme y perder un día entero entre aviones me rompía el ánimo. Y entonces he despertado sofocado, con un pánico terrible a los aeropuertos y más contento que nunca de estar en París y de no tener que coger ningún vuelo hoy.

Así he marchado un día más a la clase de Arte, que para mí era la última. Hoy exponíamos una obra de arte individual que se tenía que titular "La obra de arte eres tú". Todo el mundo ha ido disfrazado, intentando que su cuerpo fuera el lienzo para interpretar que ellos son la obra, pero yo simplemente hice un dibujo en un folio. Dos chicas iban disfrazadas de cuento, una de sapo (que se ha pasado las 4 horas de clase haciendo la gracia contestando con un “croac" cada vez que el profesor la preguntaba algo) y la otra de princesa doméstica, con todos los remiendos que ha encontrado en casa. Otra iba disfrazada de lapicero, con un sombrero que simulaba ser la punta de un lápiz, y que realmente me ha parecido muy buena idea el hecho de ser algo que expresa. La cuarta iba vestida completamente de negro y con una diadema de "Pesadilla antes de navidad" que ella misma había construido con dos muñecos. Sujetos a su cuerpo, mediante imperdibles, llevaba colgadas un montón de citas de Platón, Homero o Tim Burton. Llevaba una gran cantidad, a juzgar por que llevaba cubierto la mayoría del cuerpo. Una quinta iba sin disfrazar porque no había hecho nada, y mientras que Juliana llevaba un cartel colgado con su nombre y otros nombres parecidos tachados, Inga iba vestida con los colores de Alemania, con una sudadera amarilla que yo le había prestado la noche anterior.

 A pesar de la sencillez de mi dibujo creo que le gustó bastante, porque he sido quien verdaderamente ha hecho un autorretrato en todas mis dimensiones según el profesor. Mi dibujo reza un "Je suis l'oeuvre d'art" ("Yo soy la obra de arte") y alrededor se ven cosas tan variopintas como el Alcazar de Toledo, la Torre Eiffel, mi saxo, un avión, Disney, el sol, España, un corazón, unas lágrimas, una foto de familia, el logotipo de la UCLM, la estrella Vedruna o mi nombre en árabe. Cuando el profesor ha preguntado a todas mis compañeras que por qué yo había dibujado eso, la chica-lápiz ha contestado que todo aquello representaba mi vida. “Todo yo estaba representado en un folio cuadriculado, cada momento de mi vida, cada experiencia y cada persona se encontraba metida en ese DIN-A4.

Orgulloso por mi obra, nos tomamos un descanso, y después llegó el aperitivo. Las chicas y el profesor llevaron algunas pastas, champagne sin alcohol, Ferrero Rocher, Kit Kat y zumo de manzana, y cuando estábamos acabando, la profesora de la otra clase vino a decir adiós como cada miércoles.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que estaba pasando. El jueves anterior supe que sería la última vez que iba a la clase de francés, y por lo tanto, la última vez que vería a Madamme Bosredon, pero aquello me produjo el mayor alivio del mundo. Sin embargo, esta mujer que venía a despedirse cada miércoles a las 5.30 de la tarde, era la última vez que lo haría delante de mí, y mientras abandonaba la sala quise fijarme en cada movimiento de su cuerpo como si quisiera memorizarlo para siempre. Se marchó de la clase y dejó la puerta entreabierta, y lo último que vi de ella fue su rostro mirando el suelo como queriendo calcular sus pasos por el pasillo, y aunque dejé de verla, seguí oyendo sus pasos por el suelo de madera del corredor, sabiendo que sería la última vez que la oía mientras ya había anochecido. Lo mismo me ocurrió momentos después cuando la clase se acabó y nos hicimos conscientes de no volver a vernos nunca más. Tanto el profesor como mis compañeras empezarían a formar parte, minutos después, de todas esas personas que nunca he vuelto a ver y que posiblemente acabe olvidando con el desuso de su recuerdo. Los sentimientos eran confrontados porque por un lado estaba la alegría de cerrar una etapa en París y por consiguiente ir cerrando las puertas camino de mi marcha, pero por otro lado tenía la pena por el agradecimiento a esas personas que hicieron que mis miserias fueran un poquito más entretenidas.

De noche, ya en la residencia me dio por experimentar en la cocina con mi primera tortilla de patatas, y aunque tuve que hacerla con patatas fritas de bolsa por lo rudimentario de nuestra cocina, salió una tortilla digna de chef, con su sabor a patata y su textura esponjosa, con un pequeño toque de queso que quise introducirle y acompañado de un poco de pollo que también había cocinado; y aunque mi intención era comerla con algo de mayonesa en la más profunda intimidad de mi habitación, me vi tentado a ir a la habitación de Emmi, de donde salía un ruidoso "que no, que no" de la voz de Lorena. Efectivamente allí había una reunión clandestina que acabó poco después con todo el mundo en su habitación.

Tras un rato de Skype y las horas que le he echado a este artículo me preparo para ir a la cama confuso. Sé que realmente será duro separarme de cierta gente, de lo único que en los momentos de tristeza me ha animado, con quien me he quejado de todo y también quien me ha puesto nervioso de vez en cuando, cuando me regalaba chocolate o me escribía en la puerta con tiza. Pero a pesar de todo, uno necesita volver a casa y recuperar todo aquello que no había sabido valorar. Cuaderno de notas.

Nanterre XII o de “Cómo intentar sabotearme a mí mismo”.

La vuelta a la normalidad después de la pillada de Inga tenía pinta de ser complicada. No sabía muy bien si debía hablar con ella e intentar que fuera cómplice de mi secreto o si más bien debía dejarlo pasar, hacer como si nada de esto hubiera ocurrido y negar cualquier rumor en caso de que me llegara. Al final, ya solo me quedan 3 semanas que por muy eternas que se me vayan a hacer no creo que me compliquen tanto la vida. Si lo hablaba con ella sería como reconocer que es cierto y no estaba preparado para eso.

La vuelta a clase fue por lo tanto incómoda. Tenía que ir que con Inga y con Lorena en metro hasta la universidad fuera el día que fuera y sabía que tendría que encontrarme con ella, pero con Lorena delante no tendría ninguna conversación y además no creo que Inga le fuera a contar nada a ella tampoco. A Juliana si acaso. Por lo tanto nuestros viajes en tren fueron tan normales como siempre pero en mi cabeza no dejaba de sonar la obsesión de qué sería lo que pensaba ella y si ya lo había contado. ¿Estarían todas mis compañeras de erasmus riéndose a mis espaldas como lo harían mis compañeros de universidad de España o la gente de mi pueblo? ¿Y por qué me preocupaba tanto de lo que pensaran? Sé que era absurdo pero no podía evitarlo y la ansiedad fue parte de mi día a día a lo largo de la última semana.

El siguiente paso era hablar con Nico, ya que aunque a él no le afectaba en nada que nos hubieran visto, sí que tendría que hablar con él para gestionarlo. En mi mente estaba la posibilidad de seguir como hasta ahora pero con más cuidado aunque también pensaba en decirle que igual era un error lo que estábamos haciendo y que tendríamos que parar. Y eso me hacía sentir culpable porque fui precisamente yo el que rompí ese pacto de que no pasara nada entre nosotros. Yo le había metido en este lío y ahora yo quería pararlo.

Nos encontramos en clase, y por suerte en esa hora Inga no venía con nosotros. Lorena sí, pero como sabía nada pude escaparme un momento para quedarme a solas con Nico. Me preguntó si estaba bien y aunque le dije que sí le pedí que habláramos después o me escribiera por Facebook si no podíamos hablar en persona. El resto de la mañana se pasó con normalidad, o al menos con toda la que se puede tener cuando en tu cabeza solo puedes pensar en una cosa.

No pudimos quedarnos solos en toda la mañana así que finalmente acabamos teniendo la charla por chat, como nuestras primeras conversaciones hace ahora meses. En realidad no tenía mucho que decirle así que le conté que Inga no me había mencionado una sola palabra sobre el tema, que de momento nadie más me había dicho nada pero que tenía un miedo que no me cabía en el cuerpo. Nico era una persona tranquila y como siempre trató de calmarme y de decirme que no pasaba nada y que haría lo que hiciera falta por que yo estuviera tranquilo, pero que no me dejara llevar por el miedo. Él sabía que en mi cabeza rondaba la idea de parar esta locura y no se equivocaba. Para asegurarse de que no tomaba ninguna decisión apresurada me dijo que podíamos vernos al día siguiente en la residencia y hablar en persona. Eso me daba un día más para dejar que las cosas fueran pasando, pero aún así eran 24 horas más de agonía, porque odio cuando no sé que hacer respecto a algo y necesito tomar una decisión que deje avanzar.

Hoy miércoles he ido a mi última clase de arte y Nico no viene con nosotros así que no nos hemos visto en persona. Aún así no he dejado de pensar en él toda la tarde, mis pensamientos sobre si seguir viéndole o no, ahora que tengo vacaciones de nuevo y coincidiremos en clase, siguen acechándome. Pero poco antes de que acabara la clase, cuando la profesora de la otra clase ha venido a despedirse y he oído sus últimos taconeos por el pasillo de la universidad ha sido cuando me he dado cuenta de que estoy a punto de perder a Nico de verdad quiera o no. Nuestro tiempo se acaba y aunque decida seguir con esta aventura apenas tengo veinte días para disfrutar de él. Nunca he vivido con tanta libertad a la vez que miedo, y probablemente no vuelva a experimentar algo así, por lo que quizá debería dejar que las cosas sigan como están, que Nico siga visitando mi cama cada vez que pueda y que siga teniendo durante unas semanas a alguien a quien poder mirar a los ojos y que sepa quién soy.

Ya tenía prácticamente decidido que seguiría viendo a Nico hasta el último día cuando él llamó a mi puerta. Abrí y allí estaba guapísimo como siempre, oliendo a su perfume de siempre, ese que tanto me excitaba, y con una sonrisa de oreja a oreja. Me encantaba vivir ese momento. Se sentó en mi única silla y saqué un poco de agua para beber en mis copas de champagne. Me apoyé sobre el escritorio y le dije lo que había pensado. Quería estar con él el resto de mis días, que solo eran tres semanas, pero que serían las últimas en las que sería feliz. Y todo era gracias a él. Y sabía que lo tenía claro pero en ese momento metió la mano en su bolsillo y sacó un sobre de azúcar de la cafetería y me dijo: “Menos mal, porque no sabría a quién darle todos los azucarillos que voy robando”. Ahí supe entonces que no se podía ser más feliz.

Comentarios

Entradas populares