París 5 o de “Cómo descubrir el azul del cielo”

paris y nebraska


Finalmente tomé la decisión que tenía que tomar con respecto a Nebraska, y poco después de actualizar el blog escribí uno de los mail más difíciles de mi vida para las tres personas involucradas en esta historia: Olga mi coordinadora del programa de Nebraska, Esther de la oficina de Relaciones Internacionales de mi universidad y Marcos, mi compañero de clase al que le concedieron también la beca y hubiera sido mi camarada de viaje. Con cierta pena les comuniqué a los tres mi decisión de abandonar el barco antes de llegar a puerto, y esperé con impaciencia respuestas de los tres para ir cerrando esa puerta.

Mi coordinadora Olga se mostró receptiva en un principio, y a decir verdad, su mensaje me reconfortó mucho. Decía que me comprendía y sé que es cierto, y me dio ánimo para superar este estado de aburrimiento permanente que tengo encima. Le contesté agradecido y dejándole el encargo de mis nuevas prácticas en España, ya que es ella quien tiene que arreglarme los papeles para que en lugar de Nebraska esté haciendo prácticas en un colegio español. Después de mi email con esta petición me aclaró que va a esperar hasta última hora para darme las prácticas en Toledo por si cambiaba de idea más tarde, pero cada día que pasa tengo más claro que eso no va a suceder, así que espero con cierta impaciencia la hora de que llegue ese último día de plazo.

Marcos sin embargo me contestó con mucha pena y con una gran intención de hacerme cambiar de idea. La verdad es que me duele más por él que por todos los demás porque tendrá que ir solo y puede que en ciertos momentos se sienta como yo lo estoy haciendo aquí, y la verdad es que no puedo desear que nadie sea incapaz de aprovechar una experiencia como esta.

Esther por su parte no me ha contestado, pero quien sí me ha escrito ha sido la directora del colegio donde voy a hacer las prácticas para decirme que no deje escapar la oportunidad y que me vaya. Y eso me hace pensar que quizá me está dando una pista para una futura contratación. ¿Me está dando a entender que si hago las prácticas en América seré más contratable para el curso que viene? Es ahora, cuando después de haber tomado la decisión me siento presionado por todas partes, y el único que me apoya paradójicamente es mi padre, que tiene escalofríos cada vez que piensa en que su sueldo entero es para el viaje a USA.

Tanta presión externa te hace que le vuelvas a dar otra vuelta y lo valores todo de nuevo, porque la gente insiste en que es una oportunidad que no puedo perder, que nunca voy a vivir algo igual. Pero por muchas vueltas que le sigo dando no consigo cambiar de idea y lo veo del mismo color: azul.

Ayer me desperté a las 11 y me puse a monear por la habitación hasta las 12.30 que me tenía que ir a clase. El camino dura una hora entre caminar, tren, caminar, bus y caminar de nuevo.

A la 13.30 estaba por fin en la universidad esperando a Inga para irnos a clase de arte. Es una clase aburridísima, sobre todo porque el profesor habla muy rápido y es imposible entenderle, así que las cuatro horas me dan para pensar mucho. Nos sentamos en asamblea, alrededor de una tabla enorme llena de pintura seca de todos los colores posibles. Mi sitio está justo enfrente de la ventana, una ventana enorme y preciosa, con forma de arco y con unas vidrieras de colorines en algunos cristales que han hecho otros alumnos con papel celofán.

La luz que entra por la ventana es tan insuficiente que incluso a esa hora hay que tener la luz encendida, es por ello por lo que a París se le llama la ciudad de la luz. Como de costumbre estoy distraído sin entender nada, mirando de vez en cuando al profesor y asintiendo como si estuviera atento, viendo las caras de mis compañeras de clase, mirando los restos de arte que hay encima de la mesa u observando el edificio de enfrente y las nubes que se ven por la ventana. Pero de repente, entre las nubes, veo un trozo azul. Después de una semana en París desde mi vuelta me doy cuenta de que es la primera vez que veo el azul del cielo. Un azul que incluso en mi pequeño pueblo está presente la mayor parte del año, y que si te marchas al campo y subes por el camino al depósito del agua con la bici, te puedes sentar a ver cómo se pierde entre los cerros y las chimeneas de humo de la fábrica vieja de cemento.

De repente las nubes, que parecía que llevaban prisa por seguir su viaje, se iban apartando apresuradamente, dejando más huecos azules entre tanto cielo gris. Y la fachada de enfrente, como por arte de magia, se vio iluminada por la luz del sol que hizo que la luz de nuestra clase pasara del gris al naranja, una luz que nadie había visto en días, que quizá la gente no recordara. Esa luz hacía incluso sombra, porque es curioso de París que nadie tiene sombra porque te la roban las nubes. Fue curioso como en cuestión de segundos desaparecieron todas y cada una de las nubes que cubrían el cielo de París y desde la ventana se vislumbraba un perfecto tono azul y una fachada de ladrillo casi amarilla por tanta luz. Sobraban las bombillas. Y sin que nadie se diera cuenta excepto yo, apareció un arco iris del tejado del edificio que se ve desde la ventana, con todos sus colores, aunque muy tenue.

Me dieron ganas de avisar a Inga que estaba a mi lado, e incluso de parar la clase y decirles a todo que miraran por el ventanal, que salieran a la calle, la luz había vuelto y nadie se había dado cuenta Pero no lo hice. El profesor seguía enfrascado con Van Gogh y el impresionismo, y a mí aquel azul me inspiró y empecé a pensar un montón de cosas buenas. Pensé en mis amigas que llegan mañana a verme, pensé en todo lo que vamos a hacer aquí juntos.

Pensé en mis prácticas, pero esta vez bien. Recordé las últimas que hice y me imaginé dando clase, me vi hablando inglés, dibujando en la pizarra, yendo de excursión. Pensé en la navidad, en mi casa, en qué coche me estará esperando cuando llegue. Me acordé de las migas de nochebuena, de la cerveza y del jamón. Pensé en dar clases de inglés cuando llegara para irme de fin de curso a Punta Cana con mis compañeros de clase. Y todo lo que pensé me hizo ilusión. Durante unos minutos me olvidé de todo y estuve volando un rato.

Después nos dieron un descanso de 10 minutos que aproveché para mirar por la ventana y que el sol me cegara todo lo que pudiera. Era un sol que ya se quería ir porque eran las 4 de la tarde, pero tenía pinta de ser calentito. Me despedí de él sabiendo que el gris volvería y volvimos a clase hasta que se terminara la tarde. Al acabar estuvimos en el despacho de la siempre adorable Madame Bordet y quise preguntarle sobre partir un día antes, pero me dijo que se lo preguntara a Alain, mi coordinador, el mismo que siempre se toma 10 días para contestar a un mail.

Salí de la universidad contento, aunque estaba nublado otra vez y ya era de noche a pesar de ser las 5.45. Salí de allí con el encargo de hacer una exposición sobre un museo parisino el próximo miércoles, cosa que no sé si me servirá de entretenimiento o de calvario. Un rato después, que ya podríamos denominarlo como la noche, las erasmusas planeaban salir a París. Yo me encontraba un poco más animado pero no lo suficiente como para desfasar hasta las 6 de la mañana por lo que decidí que me volvería a la 1 con el último tren. Además Rami, Loren y la italiana Ambra se volverían conmigo.

Estuve cenando en la cocina mientras ellas jugaban en la habitación a un juego con dados de los típicos que te toca beber cada dos por tres. Ello acabó en que a las 11 de la noche ellas seguían jugando borrachas y yo estaba en la cocina comiendo crêpes y decidiendo que finalmente me quedaba en la residencia. En la cocina acabé aburriéndome y también abandoné para venirme a mi cuarto. Realmente todo lo que había ganado por el día lo perdí por la noche.

Mi habitación es donde me siento seguro, es el refugio que me he creado para que nada me afecte, una cápsula del tiempo de la que no salgo con la esperanza de que pasen los días uno tras otro sin darme cuenta, y a día de hoy llevo 6 horas sin levantarme de la silla enfrente del ordenador. Porque hoy no he hecho nada de nada. Me he levantado a la 1, y aún no me he quitado el pijama porque no he salido ni para comer. Inga ha estado aquí 10 minutos sin cara por la resaca y me ha dicho que llegaron a las 6 (con su hora y media de camino incluída) y que hice bien en no haber salido.

Mañana llegan las chicas de Cohen, y tengo que ir a recogerlas después de una excursión al Louvre, pero aunque no me enteraré de nada estará entretenido porque viene Lorena. Por lo menos nos reiremos un rato.

Así que todo sigue igual, y cada vez creo más que mi ánimo y el clima van de la mano. Es decir, que aunque tengo ratitos de ver el mundo azul, por lo general la cosa está muy gris.


Cuaderno de notas. Nanterre VIII o de “Cómo descubrir el verde de sus ojos”

Después de tantos días aquí después de mi vuelta sin haber visto a Nico, tenía que llegar el momento en el que nos volviéramos a cruzar por los pasillos de la universidad de Saint Germain en Laye. La verdad es que después de que habláramos aquel día por Facebook en el que tuve que tomar una decisión drástica, él no me volvió a escribir más y apenas me había dado un par de likes en las fotos que he ido subiendo. Su frialdad no me ha molestado en absoluto, al contrario, ha sido una manera muy sencilla de seguir con mi vida aquí y pasar página, preparándome para volver a casa cuanto antes.

Pero al final la realidad se impone y tenemos que volver a vernos, compartir aula y comportarnos con normalidad como si nada hubiera pasado aunque eso no fuera lo que él quería. Por suerte para mí, no vamos juntos a la clase de arte, y en todos estos días no he ido a la clase de inglés que comparto con él así que no estaba muy preocupado por tener que verle todavía. Sin embargo en cuanto yo llegué al campus él estaba allí con un par de compañeras a punto de irse a casa.

Al pasar por su lado se giró hacia mí para preguntarme qué tal estaba. Inga y Juliana se separaron un poco así que no me importaba hablar con él allí. La última vez que nos habíamos visto nos fundimos en un beso en una para de autobús de Ópera bajo la noche y la lluvia, y ahora estábamos allí con una pared invisible que nos separaba. Había tensión, no sabíamos muy bien que decir pero no había alegría ni ilusión. En sus ojos había dolor y tristeza pero también seguía habiendo esperanza. Por mi parte había tranquilidad porque ya se había acabado todo pero no podía evitar sentir pena también. Se despidió de mi diciendo que se alegraba de verme y se marchó con media sonrisa. No era esa que le iluminaba la cara y enseñaba todos sus dientes blancos y perfectos, sino más bien una mueca de resignación. Sus ojos verdes se clavaron por última vez sobre los míos y supe que aquello era una despedida de lo que podía haber sido.

Según tengo el ánimo aquí no era lo que más me importaba en ese momento pero reconozco que me dolió. Mientras estaba en clase de arte escuchando francés de fondo y viendo las nubes por la ventana no podía parar de darle vueltas a todo esto y pensar que había llegado demasiado lejos y ahora estábamos los dos heridos. Y que por mucho que me hubiera dejado llevar no hubiera servido de nada porque solamente habríamos poder una historia corta, intensa y secreta pero que después se tendría que acabar porque yo volvería a mi vida normal y eso nos haría mucho más daño.

La tristeza llena estos días grises pero de repente por la ventana apareció ese trozo de cielo azul que me dejó alucinado. Y el pequeño hueco entre las nubes empezó a convertirse en algo mucho más grande de tal manera que la luz llenaba la clase, pero sobre todo mis sentidos y mi mente. Y eso hizo que se despejara un poco mi cabeza y empezara a pensar en cosas buenas y en todo lo que quería hacer también en París pero me recordó también a la intensidad del mirar de Nico, al verdor profundo que esconden sus ojos y a la tristeza que había sentido al verme. Así que me di cuenta de que merecía otra conversación en la que de verdad le fuera sincero. No se trataba de decirle que yo tengo una vida que quiero seguir llevando, de que yo no pueda o de que yo no quiera. Se trata de decirle que me encanta pero que tengo miedo, que quiero pero que no puede ser, que me duele pero que me dolería más aún, que nunca había sentido nada igual pero que eso me está matando.
Sólo le había puesto excusas hasta ahora pero no le había hablado de mis verdaderos sentimientos. No le había dicho que se me acelera el pulso cada vez que un desconocido me llama por la calle para preguntarme cualquier cosa porque no sé si es para algo bueno o para llamarme cualquier cosa. No le he contado que el simple hecho de pensar que se enteren mis padres me hace temblar porque no lo van a aceptar, que se me bloquea la garganta y me empiezan las ganas de vomitar cada vez que algún chico ha intentado ligar conmigo. No le he hablado del miedo, del día que me encontré mi coche escupido en la universidad, del día que un compañero de clase me gritó maricón desde el coche, de cuando Álvaro dijo en clase que como yo tenía un hermano éramos la parejita, de las veces que escuchaba insultos por el pasillo del colegio o hasta los comentarios con sorna de mi profesor de geografía en el instituto. No sabe todas las veces que he escuchado que cuándo voy a tener novia, que es mejor un hijo drogadicto que maricón, que si soy muy listo porque siempre ando rodeado de chicas, que no me ponga ropa rosa o que me quite las pulseras que llevo puestas.

No le he hablado a Nico del dolor, el que ya he pasado y el que pasaré en el futuro. Y que esos minutos en los que estuve al refugio con él en esa parada fueron un paréntesis de seguridad que no podía durar para siempre y que a la larga me traería más miedo y más sufrimiento. Que de nada me sirve haber pasado por tanto si no voy a conseguir que eso desaparezca. Que no sé si me compensan 5 semanas de vivir en un sueño a cambio de correr el riesgo de ser descubierto. Que estoy cansado de seguir llorando por esta mierda de vida.

El azul del cielo trajo la calma. El verde de sus ojos la verdad.

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