París 12 o de “Cómo llenar mis últimos días con recuerdos para el futuro”

paris y nebraska


Hace más de una semana que no escribo, ocupado entre hacer videos, recibir visitas y tener que hacer unas prácticas antes de que llegue el momento de partir. Con la cuenta atrás activada me preparé para recibir a mi amiga Mari Carmen en París. No es la misma Mari que vino días atrás con mis otras compañeras de universidad, sino que es una chica con la que hice muy buenas migas en mi pueblo por una amiga en común. Y aunque no seamos unos amigos muy cercanos, ella necesitaba unas vacaciones y yo bastantes dosis de compañía.

Lo cierto es que compartir unos días con ella ha sido genial, porque es una chica llena de energía y muy divertida. Los días explorando la ciudad una vez más nos dieron para mucho, aunque confieso que se despertó en mi un instinto que parece haberme inculcado Lorena. Carmen y yo entramos en Notre Dame para que ella viera el interior de la catedral y mientras caminábamos vimos una mesa llena de unas velas grandes con la imagen de la virgen. Tenías que meter 5€ en una hucha para poder coger una, encenderla y dejarla allí pero sinceramente me pareció que era un buen souvenir para mi abuela a mi vuelta, por el cual no estaba dispuesto a pagar nada. Abrí uno de mis guantes y metí la vela dentro de él y por fin al salir de allí pude sacar el botín robado. Al llegar a la residencia le dije a mi madre por teléfono que llevaba una vela para la abuela y ella preocupada me preguntó que si la había robado. Le dije que sí, me regañó e inmediatamente después me dijo que qué le iba a llevar a mi otra abuela.

Al día siguiente Carmen y yo volvimos a la catedral para volver a robar una vela, esta vez para mi abuela paterna. El sistema sería el mismo: vela dentro del guante y a correr. Pero lo cierto es que la emoción del momento y el hecho de tener dos guantes me hizo venirme arriba y llevarme dos. Salimos de allí muertos de la risa después de haber robado en una de las iglesias más importantes del mundo, y tanta emoción nos hizo que mientras caminábamos por el cercano barrio latino empezáramos a coger todo tipo de souvenirs sin pasar por caja. Imanes, llaveros, una maqueta de la Torre Eiffel en cartón pluma, una bufanda, agendas, bolígrafos, una cajita de música con “la vie en rose”… Todo nos parecía poco. Después de una tarde de criminalidad volvimos a mi habitación con la tarea hecha. Mientras que ella había cogido cosas por un valor total de 100€, yo sumaba más de 250€. Pero eso sí, me había ahorrado todos los souvenirs para la familia y amigos que tendría que repartir en unos días.

El resto del tiempo allí con ella pasó rápido, grabando vídeos para mi documental sobre mis últimos días en París y tuve que despedirme de Carmen con todo mi dolor. Cuando Carmen volvió a España después de estar un día más en París por culpa de una huelga de los controladores aéreos, pude al fin retomar la lectura de mi libro. Los españoles iban resistiendo como podían la invasión francesa y a su rey José Bonaparte. El capitán Zamorano estaba a punto de recuperar el tesoro real y hacer volver al rey Fernando VII. Mientras tanto yo también estaba a punto de encontrar el tesoro real, dos semanas más en París y estaría de vuelta en España.

La primera cita memorable fue con Disneyland Paris. Tuvimos la gran suerte de que Inga conociera a una chica que trabajaba allí porque de esa manera pudimos entrar gratis. El día estaba gris, como siempre, mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad como los de un vampiro. Nada más entrar todo se inundó de marketing navideño. Goofy estaba disfrazado de Papá Noel, sentado en un trono rodeado por un gigantesco árbol de navidad y cajas de regalos y juguetes del tamaño de una persona. Esta construcción estaba en medio de una rotonda, que servía como vuelta a la procesión de muñecos. Al fondo se mostraba imponente el famoso castillo del comienzo de las películas, el palacio de la Bella Durmiente, aunque en realidad el parque me empezó a parecer como los Campos Elíseos la primera vez que los recorrí: decepcionante. Un corto paseo hasta la zona de Indiana Jones para montar en la montaña rusa acabó con retorno, porque la lluvia que estaba empezando a caer obligó a cerrar todas las atracciones al aire libre.

Como única opción teníamos el Space Mountain, una impresionante montaña rusa cubierta que por desgracia se encontraba cerrada por actualizaciones. Y Disney entonces pasó de ser un parque a secas, en lugar de un parque de atracciones. Hacíamos la cola para entrar a un trenecillo que nos llevaba a Nunca Jamás, cuando de repente la lluvia se empezó a congelar. Las gotas comenzaron a ser de hielo por lo que durante unos minutos tuvimos que aguantar una granizada con la única ayuda de un paraguas para cuatro personas. Y rápidamente, como unos diez minutos más tarde, el hielo dio paso a la nieve.

Montamos finalmente en la atracción y al salir ya todo estaba cubierto de nieve. Nevaba como nunca había visto, con un poco de ventisca. La nieve cubría todo a su paso haciendo formas caprichosas y el castillo que imponía su presencia en mitad del parque se convertía en una construcción totalmente blanca. Puede parecer precioso, pero no lo es cuando la nieve te impide disfrutar de la experiencia. Cuatro atracciones más tarde nos informaron de que se cancelaba la cabalgata de personajes de las películas, así que nos quedamos con el parque a medias. Sin embargo lo peor fue a la salida, cuando por culpa de la nieve empezaron a cancelar trenes y autobuses. Con bastante suerte conseguimos volver a la residencia con una hora de retraso, mentalizados de que al día siguiente comenzaba una nueva y última etapa, las prácticas en un colegio de la zona.

Las prácticas en el colegio fueron lo más remarcable de París. Mi colegio se encontraba justo a la salida de la estación de Poissy. Era una escuela pequeña, tanto que en la misma clase había dos cursos distintos, pero conseguí disfrutarlo al máximo. La profesora con la que estábamos era Madame Manier, una mujer que pasaba los 40, casi tan bajita como sus alumnos y tan encantadora como ellos. Manier imponía su orden, enseñaba con facilidad, se mostraba entusiasmada con su trabajo, disfrutaba con cada paso que daba por aquella pequeña clase, y nos dio tantas facilidades para todo que me sentía más en casa que en la residencia. Lo único que me pesaba de ir allí eran los madrugones mañaneros y posteriormente volver de noche a la residencia, pero las horas allí pasaban entre sumas y restas con el tiempo volando.

Cuando las prácticas acabaron, todo empezó a correr como un atleta. El martes tendría que presentar mi Portfolio, y tenía que acabarlo durante el fin de semana, así que todo transcurrió de lo más tranquilo entre documentos de Word y presentaciones en Power Point. Incluso el sábado, Inga y yo hicimos un esfuerzo por tomar algo juntos, aunque a las 2 de la mañana el sueño nos pudo y no conseguimos vernos antes de entrar a la cama. Todo lo que hicimos durante esos últimos días libres, incluido el lunes, fue salir de compras, pasear, hartarnos de ver tiendas de souvenirs y yo sobre todo, perder la cabeza. Estaba en un estado de medio trance, incrédulo, excitado y nervioso. Y entre hora y hora el tiempo se pasó y el martes nos pusimos rumbo a Saint Germain-en-Laye para exponer nuestro Portfolio. Esta vez lo hicimos con mucho cuidado puesto que los controladores estaban por todas partes y nosotros habíamos decidido ahorrarnos nuestro abono de transporte de la zona 4 y Lorena venía escarmentada de haber pagado 50€ de multa por saltarse el sábado en el metro. Pero finalmente logramos llegar sin ningún incidente y por última vez a nuestra universidad.

Primero nos presentamos en el despacho de Madame Bordet, esa señora menuda y nerviosa amante de hacer fotocopias; y portábamos un ramo de flores de pascua y unos dulces alemanes para regalarle en agradecimiento a todo lo que ha trabajado por nosotros. Y posteriormente nos fuimos a la sala de exposición para empezar con nuestro trabajo. El plan secreto era que Lorena empezara a exponerlo, pero se resistió tanto que Castañeda, el coordinador, me animó a hacerlo a mí. Sin demasiado pudor empecé a hablar de mi experiencia, y que tras acabar de exponer todo, el coordinador empezó a hacerme preguntas.

Presenté mi proyecto con la convicción de que todo había salido bien, París era ideal y el Erasmus no había estado tan mal después de todo, pero rápido cambié de idea. Castañeda me preguntó:
¿Si volvieras a tener la oportunidad de venir a París de Erasmus, vendrías? Mi respuesta fue automática, casi sin pensar, y luego creí que hubiera sido mejor tardar unos segundos más en responder, pero el "no" como respuesta fue totalmente espontáneo. Y al preguntarme por los motivos tampoco necesité pensarlos, ni siquiera en un francés perfecto que me salía a raudales aquella mañana fría. Yo no quiero tener que esperar por todo, tardar horas en recorrer centímetros, caminar y caminar y esperar y esperar, pasar un frío desconocido, disfrutar de no hacer nada, conducir. Y él se dedicó a refunfuñar un poco entre dientes, diciendo entre bromas que "estos españoles solo quieren vivir relajados. Esto es París!". Tras una presentación impecable de Inga y una totalmente caótica de Lorena, Alain Castañeda empezó a sacar informes de notas para ponernos nuestras calificaciones, y creo que no pudimos salir más contentos de la sala.

Seis sobresalientes y un notable, convirtieron mi cuatrimestre en el mejor desde el inicio de mi carrera, y en la segunda mejor etapa escolar desde 2º de la ESO en cuanto a notas se refiere, aunque realmente el esfuerzo había sido mínimo.

Lo triste del asunto era que volvíamos a la residencia habiendo acabado todo. Esa misma noche habíamos planeado subir a la cocina para tomar algo con todos nuestros amigos, y aparte de eso, no teníamos nada más que hacer salvo coger un avión rumbo a casa. A cosa de las 9 y media todos estábamos en la cocina del segundo piso de la residencia, llevando patatas fritas, champagne y velas. Yo mismo hice una de esas tortillas de patatas para que la probara todo el mundo y allí estuvimos durante horas despidiéndonos. Incluso el portero encargado de cerrar la cocina a las 12, fue benevolente al dejarnos estar hasta las 2 de la mañana mientras quitáramos la música. Para mí la noche acabó un poco antes, cuando Lorena, en un alarde de humor, decidió coger un cuchillo, acercar la punta a la llama de una vela y después ponérmelo en la mano. Mientras yo gritaba por el dolor ella intentaba hacer lo mismo con Loren, siendo inconsciente del dolor que aquello causaba. Cogí corriendo las manos de Loren para evitar una segunda víctima y acto seguido me puse a cargar contra Lorena en español, mientras algunos me apoyaban en inglés sin saber muy bien lo que estaba diciendo. Mi noche acabó ahí, con un cabreo monumental y una futura cicatriz en la mano. Así iba a comenzar mis últimas 24 horas en París.

Cuaderno de notas. Nanterre XIV o de “Cómo aceptar que no todos los finales son felices”

Esta semana ha sido una locura y he visto a Nico menos de lo que me hubiera gustado. Primero estuve 3 días sin verle ya que mientras Mari Carmen estuvo conmigo teníamos que dormir en mi habitación así que no era un buen momento para recibir visitas, pero como solo eran unos pocos días no me importó mucho. Además ella pertenece a mi entorno español y no podía permitirme que alguien cercano oyera ni siquiera el nombre de Nico. Un fallo en esos días podría haber desencanedado un desastre. Una vez volví a estar solo en Nanterre, Nico volvió a visitarme casi todos los días hasta que empecé las prácticas. La verdad es que no importaba no tener nada que hacer porque siempre lo pasábamos bien juntos en mi habitación, e incluso se vino con nosotros a Disney por lo que pudimos hacer algo juntos que no implicara estar desnudos, sino más bien todo lo contrario. A veces me agradaba esa normalidad aunque fuera en secreto. Si en algún momento mientras estábamos con gente nos quedábamos solos por un instante, automáticamente nos mirábamos de manera cómplice para comunicarnos sin palabras. Esa mirada quería decir "me encanta estar contigo aquí" y los dos la entendíamos sin problemas. Sólo por eso ya había merecido la pena arriesgarse a vivir así y hacía que no me importara vivir oculto.

Sin embargo cuando comencé mis prácticas la situación cambió porque me pasaba casi todo el día fuera, llegaba de noche (lo cual no es difícil aquí donde solo hay unas pocas horas de luz), y tenía que madrugar tanto que no me permitía trasnochar. Confieso sin embargo que no llegué a ir al colegio ni la mitad de los días que debería haberlo hecho, así que tampoco me quejaré demasiado por el tiempo que me robó. No tenía ganas de hacer nada más aquí así que las prácticas me daban igual, y más sabiendo que en un mes estaría haciendo otras durante un periodo de 3 meses. Además el colegio tampoco preguntó mucho por mí y no le parecieron extrañas mis ausencias así que mientras pudiera escaquearme para seguir piel con piel en la estrecha litera de Nanterre, lo aprovecharía. Ahora solo quería descansar, disfrutar del poco tiempo que me quedaba con Nico e intentar que estos últimos días fueran una bonita despedida para esta experiencia agridulce.

Las conversaciones sobre el poco tiempo que quedaba eran comunes entre Nico y yo, lo cual nos hacía consciente de lo doloroso que iba a ser ese momento pero sin duda alguna, la conversación más importante que debíamos tener era sobre el futuro. Hacía unas semanas, cuando ambos empezamos esta locura de vernos en secreto, Nico aceptó sin problemas el hecho de que yo quisiera poner como fecha final de nuestra relación el día mi vuelta a España, pero tanto él como yo sabíamos que guardaba la esperanza de que intentáramos ir más allá después de eso. En su cabeza seguro que se había hecho a la idea de que este tiempo con él me serviría para cambiar de idea en muchas cosas, para salir del armario, para intentarlo; y no se equivocaba del todo. En menos de un mes había pasado de proteger esa parcela de mí para que nadie entrara a entregarme por completo a alguien aún sabiendo lo peligroso que podía ser para mí. Sin embargo no había conseguido que cambiara hasta el punto de querer seguir jugándomela por mucho que quisiera estar con él. Y lo digo desde la consciencia de que no he vivido nada igual y que Nico representa la única cosa buena que ahora mismo me ofrece París. Las bondades de la ciudad que veía por todos lados en septiembre habían desaparecido en mi mente ahora, y sólo el pensamiento de mis manos sobre la espalda de Nico me hacía aguantar allí día tras día. Estoy deseando volver a mi vida normal, recuperar todo lo que sentía que había perdido y que no había valorado y olvidarme de vivir una relación en secreto que sólo me hace feliz en la intimidad, aunque los secretos seguirán siendo una parte muy importante de mi vida y tendré que retornar a una soltería eterna. Desde hace tiempo tenía claro que mi destino sería no volver a intimar con un hombre nunca más, pero tampoco buscar una tapadera femenina para calmar las bocas de los demás. Sólo quería vivir mi vida sin más. Además nos separan tantos kilómetros que no sería fácil mantener una relación normal cuando uno de los dos ni siquiera esta dispuesto a vivirlo al 100%.

Hablamos de ello durante largo rato y todo lo que me pidió es que siguiera conectado, que hablemos sin parar y trasnochemos tanto como ahora pero con una pantalla de ordenador entre medias. Quería que pudiéramos viajar, que él pudiera conocer España y que yo volviera a París algún día, todo bajo el disfraz de una amistad de cara al mundo. Aunque le entristeció enormemente que ese fuera nuestro final, nuestra intención es seguir hablando y apoyándonos, no perder el contacto y quién sabe lo que pasará en un futuro. Yo había cambiado mucho y quizá no esté dispuesto a seguir ocultándome más, o quizá si. La vida me depara muchas cosas, vienen comienzos de otras experiencias y no sé hasta que punto todo esto será importante para mí. Aún no puedo saber si Nico ha supuesto un antes y un después en mi vida, si este sentimiento de seguridad, calidez y confianza serán más fuertes que el miedo y la cobardía que me esperan en cuanto ponga un pie en el aeropuerto de Madrid.

Nos abrazamos durante un rato, con la promesa de que pasado mañana, mi último día en París, no será la última vez que nos veamos. Yo también se lo prometí aunque sabía que probablemente estaba mintiendo.

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