El reencuentro: Bonjour París.

paris y nebraska


2019

Nueve años. Nueve años han pasado desde que cogí aquel último avión en el aeropuerto de Orly y le dije adiós a Nico sin saber cuándo le volvería a ver. Y en todo este tiempo desde mi vuelta a Toledo la vida ha cambiado mucho.

A mi vuelta a España comencé mis prácticas de maestro, pero en vez de en Nebraska tuvieron lugar en mi pueblo. Nunca había estado tan enamorado de mi pequeña villa y todo el tiempo allí me parecía oro. La experiencia en el colegio fue tan grata y tan intensa que aquello me pareció una cura para mis tarde francesas de tristeza. El contacto con los niños era todo lo que había esperado después de los años de carrera, las clases teóricas y el complicado erasmus al que me enfrenté, y todo eso me dio un chute de energía para afrontar lo que vendría. Tras las prácticas me puse a buscar trabajo, y sabiendo que sería complicado me planteé mudarme a París de nuevo y envié algunos currículum a colegios donde se enseñara español. Lo hice poco convencido y con la idea de que quizá allí podría vivir libremente y con Nico cerca, pero no me llamaron de ninguno de esos colegios. Sin embargo poco después pasaría mi primera entrevista de trabajo para ser profesor donde me seleccionaron al instante. Y con toda esa motivación comencé a trabajar como profesor en una academia y que acabé convirtiendo en mi propio negocio. El primer año fue duro porque volvieron aquellos ataques de ansiedad que tan comunes eran en París pero pensé que sería cosa de la inexperiencia. Año a año mi vida como profesor progresaba pero algo dentro de mí sabía que no iba bien. Estuve en otros colegios, trabajando como profesor sustituto, y en otros impartiendo talleres de inglés, siempre con éxito profesional y con derrota personal. Estar delante de una clase llena de alumnos, donde yo era la única autoridad presente me hacía dudar de mí mismo a todas horas. Yo solo quería enseñar inglés pero muchas veces tenía que pasarme las horas mandando callar, sentarse bien y obedecer. Y nunca estuve preparado para todos los días, a todas horas, me sometiera al juicio de valor de mis alumnos. Porque ahí estaba mi problema: tenía miedo a lo que los demás opinaran de mí. Y no quería que opinaran cosas negativas, no quería enfrentarme a la parte cruda del trabajo. Había veces en las que ir al colegio era tan agobiante como tener que coger un avión desde París. La ansiedad se convirtió en algo tan normal que tuve que hacer terapia hasta en tres ocasiones pero finalmente hace poco tiempo tomé las riendas del asunto y decidí dejar mi profesión. Desde el pasado junio los alumnos han dejado de formar parte de mi vida y desde hace un tiempo dedico todo mi tiempo al arte. Aquel arte que aprendí en la clase de Saint Germain en Laye, y el que yo menospreciaba a veces en mis visitas al Pompidou. Dos años en la Escuela de Arte de Toledo me llevaron a conseguir un trabajo como diseñador en una empresa de joyas. Ya no hay un público esperando escuchar mis palabras y decidiendo si yo era bueno o no a cada minuto. Donde antes había dudas ahora había seguridad, donde antes había conformismo ahora había pasión. Eso es mi vida ahora y la ansiedad es cosa del pasado, como París.

Durante mi vuelta a la normalidad hace 9 años me pensé mucho lo que iba a hacer con mi vida sentimental después del vuelco que supuso la aparición de Nico. Y aunque en un primer momento pensé que sería una buena idea liberarme y dar un paso adelante, pronto se me olvidó esa necesidad y empecé a disfrutar tanto de mi antigua vida que creí que podía esperar. Hubiera esperado toda la vida porque cada vez estaba más cómodo. Al no salir mucho de mi pueblo porque ya trabajaba allí, nunca surgía la ocasión de conocer a alguien que como Nico me hiciera salir de mi zona de confort, y el irme a París a buscarle a él no era muy factible después de haber encontrado mi estabilidad como profesor.

Sin embargo, tres años después salí del armario públicamente tras una discusión en casa. No fue planeado, y yo seguía con el mismo miedo de siempre a que perdiera mi vida tal y como la conocía, a que todo cambiara a peor y a, esta vez sí, ser oficialmente el maricón del pueblo. Pero cuando ocurrió me di cuenta de que estaba agotado de no ser yo mismo, de esconderme y no poder hablarle a nadie de mi historia con Nico, de no poder decir si cualquier chico me parecía guapo o no. Me cansé y estallé, arrasé con todo y empecé a ser egoísta. Nico me había enseñado que en realidad era mucho más feliz cuando era el verdadero Javi. Cuando estaba con él en mi habitación había luz, pero cuando salía a la calle solo todo eran nubes. Y así es como quería vivir ahora, sin nubes por el camino y siendo libre. Mi prima Chus, con la que me tomaba los cafés por videollamada mientras estaba en París, fue mi mayor apoyo, y con el tiempo mi familia aprendió a aceptarme aunque me hice tan resistente que me daba igual que no lo hicieran.

Desde entonces vivo la vida que debería haber vivido desde hacía mucho tiempo, la que me correspondía haber vivido en París también, donde hubiera disfrutado saliendo con Nico y besarnos en cualquier calle de la ciudad sin miedo a que nos viera nadie. Y entendí que me daba igual la opinión de los demás y que ya había sido el maricón del pueblo y seguiría siéndolo con orgullo y la frente muy alta.

Mi historia con Nico sin embargo fue tal y como yo había imaginado, aunque en realidad me hubiera gustado que ocurriera diferente. Tras mi regreso a España comenzamos hablando con mucha frecuencia, casi todos los días y compartíamos un poco de nuestras vidas por el chat. Ver uno de sus mensajes en Facebook me seguía provocando un vuelco al corazón y no tenía miedo de que descubrieran nuestras conversaciones porque al ser en inglés nadie de mi entorno las entendía. A veces nos escribíamos por Messenger y utilizábamos la webcam aunque lo hacíamos en silencio. Pero con el tiempo, cada vez pasaban mas días entre conversación y conversación porque uno de los dos estaba ocupado, se le había pasado la hora o había encontrado cualquier problema para conectarse. Y así pasaron los meses y los años hasta que dejamos de hablar. Las últimas veces fueron en 2014, poco después de mi salida del armario. Le escribí para contarle que había dado ese paso, que por fin podría vivir en libertad y que tenía que agradecerle mucho el apoyo que me había dado tanto en el erasmus como posteriormente. Nico se alegró mucho por la noticia aunque me contó que estaba saliendo con alguien desde hacía unos meses y que en otras circunstancias podríamos haber intentado vernos. Aunque habían pasado cuatro años, aquella noticia me dolió y me sentí responsable. Si todo hubiera ocurrido antes esa persona podría haber sido yo. Podríamos haber vivido en una buhardilla de Montmartre, con vistas a la cúpula del Sacre-Coeur escuchando los pájaros cantar y los sonidos de los acordeones, pero yo había elegido seguir con una vida de mierda de la que no era consciente. Podríamos haber merendado crepes por las tardes y escondernos en el parque del muro de los te quiero pero no quise. Hablamos unas pocas veces más después pero nuestras conversaciones ya no podían ser tan intensas y yo decidí respetar su espacio y su relación. Desde entonces no he vuelto a saber nada de él y sus últimas publicaciones en redes sociales son de hace años. La pena y la rabia me invaden cada vez que pienso en la oportunidad que perdí por no ser valiente.

De todas maneras es posible que todo esté a punto de cambiar porque en unos días estaré de vuelta en París para visitar la ciudad. Será un viaje familiar, de turismo, de largas caminatas para ver los monumentos de la ciudad más bella del mundo. Aún así escribí a Nico hace unos días para ver si podríamos vernos, aunque no sé si sigue teniendo pareja o no. De todas maneras, aunque siga saliendo con alguien o tenga otra vida me muero de ganas por saber qué fue de él. Cómo han sido estos nueve años para el joven que me cambió la vida y que ahora sería un adulto maduro. Y a pesar de que iré acompañado por mi madre y mi prima, intentaré buscar un hueco para escaparme y poder verle, hablar y recordar aquellas semanas tan intensas en Nanterre. No sé lo que me voy a encontrar y posiblemente me remueva cosas o me deje una sensación extraña, pero no quiero pensar que pude haberle visto y no lo hice. Sé que suena a locura pero en realidad mantengo la esperanza de que esté soltero y que este encuentro abra la puerta a poder vernos más y quién sabe lo que pueda pasar después. Quizá después de este viaje se encienda la llama que el tiempo apagó, quizá sus ojos seguirán mirándome con aquella intensidad tan profunda que había hecho en 2010. Quizá sólo con vernos volveríamos a enamorarnos el uno del otro con la facilidad que sólo tienen los que están destinados a estar juntos para siempre.

Aún no ha leído el mensaje ni me ha contestado pero si no lo hace en un tiempo prudencial, intentaré conseguir su teléfono por algún contacto en común porque parece que no usa Facebook desde hace mucho. Estoy muerto de nervios por reencontrarme con él y con la ciudad. No sé cuál de los dos me da más miedo. Bonjour París!

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